Una de las cosas más feas, después de la sistemática y persistente violación de los derechos humanos en los países del antiguo bloque comunista, es esa forma de intentar uniformar a la gente en todo. Le llamaban “igualdad”, pero en realidad era pura y descorazonada dictadura. Una cortadora de césped contra las cabezas pensantes, una pisada de bota sobre la libertad de conciencia y una irrealista pretensión de subsanar las injusticias generando más y peores formas de ella (aunque algunas al inicio eran sutiles, luego mostraron su verdadera cara de horror). Lo contradictorio es que este régimen igualitarista es tan o más insoportable para sus promotores que para el resto de sus víctimas, hasta el punto de llegar a generar más corrupción que cualquier otro sistema político (ojo, todos tienen sus límites intrínsecos y de aplicación). El intelectualismo marxista no puede negar los hechos, aunque siempre ha tratado de disimular, reducir o tapar esa verdad en sus famosas relecturas históricas de lo ocurrido en el comunismo. Nunca se ha logrado la igualdad a fuerza de ley, por eso ya nadie defiende en serio un sistema comunista. Lo que sí están tratando de hacer es resucitar de entre esos muertos sus clichés de igualitarismo legalista.
Tratar de igualar a la gente a fuerza de ley es tan inhumano como perverso. En el fondo solo es deseo de control desde y para el poder de unos cuantos. No es lo mismo que promover el reconocimiento de la igualdad en dignidad de los seres humanos, que es la base de la declaración universal de los derechos humanos, todo lo contrario, es un intento de redención pos fracaso histórico del comunismo, de hacer resurgir su ideario totalitario entre personas o ingenuas o ilusas que se comen la propaganda sin pensar, sin revisar antes los pros y los contras.
Eso es la ley de paridad, aunque le agreguen su dulce epíteto de palabra “talismán” al llamarla “democrática”. Ya lo han aclarado sus propulsores, no se refieren con ello a la democracia representativa de nuestra Constitución, sino a una autoproclamada “democracia paritaria”. Es sencillamente un intento de reciclado del grisáceo mundo mediocrizante donde se pretende convertir a las personas en simples unidades de producción, útiles al sistema, hoy ya no comunista, pero sí globalista y he ahí donde ciertos capitalistas apoyan esta reingeniería social porque a ellos les encanta tener el control de la población y el cuoteo es un método para ello.
El cuoteo por sexo, por género (hay varias construcciones sociales del género dicen las feministas que promueven la ley de paridad) o por cualquier otro criterio que no sea la idoneidad y la honradez para acceder a cargos públicos es un retroceso tremendo en materia de convivencia política. ¿Recuerdan que tanto protestamos en la dictadura por eso de que la gente tuviera que afiliarse a un partido político para ocupar cargos en el Estado? El cuoteo es injusto e inconstitucional. Elimina el criterio de concurso de méritos para acceso a la función pública, ya que potencialmente los mejores candidatos pueden ser descartados solo por tener que cumplir con esta ley que da cuotas por sexo. ¡Así promueve la desigualdad de oportunidades!
Y hablando de beneficiados, tras bambalinas, como quien no quiere la cosa, en el artículo nueve hablan de que esta participación de la mujer en los partidos políticos ha de “promocionarse” para lo cual piden que el “del 30% del aporte anual del Estado recibido por los partidos y movimientos políticos, la mitad deberá ser destinada al desarrollo de actividades exclusivas para la capacitación, promoción y desarrollo del liderazgo político de las mujeres”.
Y a los efectos de “erradicar las barreras”, el artículo once pide que los partidos políticos elaboren e implementen planes para “promover la igualdad”. Estos planes deberán contar con recursos financieros aprobados por el partido. ¡Pipuu! Por la plata baila el mono.
En realidad no existe barrera legal que impida la participación política de las mujeres. Lo que debemos hacer es conocer, respetar y promover más los alcances de la dignidad de todas las personas en todos los ámbitos. Este es un trabajo educativo que sí nos merecemos las mujeres y todos los ciudadanos, pero no a fuerza de ley.