En 1967, el escritor y lingüista Antonio Ortiz Mayans publicó un libro titulado Evocaciones de la Asunción 1915-1930. En él reunió sus primeros recuerdos de una ciudad cuya traza decimonónica poco a poco iba desapareciendo y en cuya calle Paraguarí había nacido en 1908. En el prólogo, quien es tal vez el más grande dramaturgo de las querencias y mezquindades de la Asunción provinciana de la primera mitad del siglo XX, Arturo Alsina, habla de una “ciudad entristecida con sus días enfermos de estéril monotonía”, la de los últimos años “de la gran aldea”.
Ortiz Mayans practica una arqueología emocional de los sitios históricos de la ciudad, de los barrios populares, del río, de los arroyos y los árboles, de los medios de transporte, de la música en la noche y el silencio de las siestas, de los personajes de celebridad citadina que poblaron sus calles empedradas. Como aquel autodenominado Piloto del Ambiente que endilgaba discursos disparatados a un auditorio improvisado en “esquinas, bares o cafés”. O Mateo Ka’u, quien en los años veinte “en los aniversarios patrios se lo veía, por las noches, llevar en alto una antorcha encendida y canturreando siempre (...) el Himno Nacional”. O las artes cleptómanas de Mbopi Pucú, quien una noche caminaba a manos llenas con los trastos que había robado y se encontró de repente con un policía: “Mboriahu ha estrella pyhare mante ováva. ¿Ajepa, karai?” (El pobre y las estrellas solo de noche se mudan. ¿No es cierto señor), argumentó Mbopi Pucú ante el vigilante, quien aceptó la lógica astronómica y lo dejó pasar.
El autor de la letra de Asuncena (con música de Félix Pérez Cardozo) escribió a un tiempo un libro de crónicas que también es uno de memorias personales sobre Asunción, en una mezcla de géneros como demasiado poco se ha escrito en la literatura en torno a la ciudad capital.
Cincuenta años después, sin embargo, a la prosa suburbial de Ortiz Mayans le nació un hermano: Madre de ciudades, la del no me acuerdo y la del no sé, del periodista y novelista Jesús Ruiz Nestosa.
El libro sigue y abunda en la misma lógica de la crónica personal que su predecesor, y abarca el periodo que va de 1947 hasta mediados de los años 80. A pesar de su insoportable tufillo a “todo tiempo pasado fue mejor"; del lenguaje a menudo prejuicioso socialmente que suele utilizar en sus columnas el escritor que hoy vive en Salamanca, España; de la inexplicable ausencia de fechas precisas en ciertos pasajes, la obra publicada en abril pasado es un espléndido viaje visual y sonoro a ese palimpsesto que es Asunción, edificada sobre los muñones de la ciudad que vio Ortiz Mayans. Cine, música, política, moralidad, literatura, dictadura, educación, fotografía y otros temas se citan en los recuerdos de Ruiz Nestosa.
Tal vez las nuevas generaciones, las de la posdictadura, en las décadas siguientes continúen la crónica de una ciudad que hoy, otra vez, va mutando bajo la égida del dinero.