Con el nada original desafío de “reducir la pobreza en la región”, se realizó la semana pasada en Quito (Ecuador), la IV Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Desde que yo tengo memoria, los presidentes se encuentran cada vez más frecuentemente para analizar y debatir sesudas estrategias destinadas a disminuir el número de pobres.
Para ello se multiplican los organismos, instituciones, entidades y foros que periódicamente juntan a los mandatarios para, cual conjurados alquimistas medievales, dar con la fórmula que les permita cambiar el nada agradable título que ostenta este continente de ser el más desigual del planeta.
Cumbres es lo que sobra. Las hay de la Celac (que es el antiguo Grupo de Río más el Caribe), como en este caso, del Mercosur, de la Unasur, de las Américas, del Sica, de la Caricom, de la Alianza del Pacífico, del ALBA, del Cafta, del Nafta, del Sela, y hasta de un ignoto Triángulo del Norte.
No siempre las cosas fueron tan trajinadas en la diplomacia de esta parte del mundo. Hubo una época en que las cosas eran exactamente a la inversa: los presidentes no se encumbraban nunca, ni cuando había realmente necesidad de ello.
El cumbrismo empezó allá por la segunda mitad de la década de los 80, coincidentemente con el reestreno de la democracia. Un estudio preparado hace no tanto tiempo para la Secretaría General de la OEA sobre el sistema multilateral en la región, da cuenta de que entre 1987 y 2006, es decir, en un lapso de casi veinte años, se llevaron a cabo 80 cumbres.
Como el turismo político les pareció interesante a los presidentes, la periodicidad de los encuentros se multiplicó de manera vertiginosa, hasta el punto de que entre 2007 y 2010, en un periodo de tan solo tres años, se realizaron ¡81 cumbres! Ni digamos lo que vino después.
Lo cierto es que hasta 2010, los presidentes ya habían asumido 2.115 mandatos o compromisos, derivados de la infinita cantidad de comunicados, declaraciones y/o memorandos emanados de sus cíclicas cumbres. ¿Quién hace el seguimiento del cumplimiento de estos preceptos y de todos los que siguieron desde 2011 hasta la fecha? Si existe, solo Dios lo ha de saber.
De una sola cosa puede estar uno seguro: ni un solo latinoamericano habrá dejado de ser pobre gracias a las aparatosas, pomposas, protocolares, somnolientamente discursivas e hipócritamente retóricas cumbres que tienen a presidentes y cancilleres subiendo y bajando permanentemente de los aviones hace cuestión de 30 años.