Por César Cabrera Conde | Fotos y audiovisual: Ylda Rodríguez - Mathías Melgarejo
Es una linda mañana de enero, el calor no agobia y está convenientemente nublado. Llegamos hasta una de las mayores estructuras de San Bernardino. Atrás quedó ese edificio abandonado, quizás emblema de la década de los 80 de la villa veraniega, para dejar a la vista la reformada fachada que hoy tiene una nueva y diferente historia con los abuelitos que la adornan.
Sin importar el día, siempre a primera hora, unos 30 adultos mayores están listos para una nueva jornada en el Centro Residencial Especializado de Atención y Apoyo para el Adulto Mayor (Cream) del Instituto de Previsión Social (IPS), que funciona en el ex Hotel Casino de San Bernardino.
Una vez dentro, es difícil creer que el Cream sea un edificio de la previsional paraguaya. El buen estado quizás se debe, en parte, a que tiene apenas un año de funcionamiento y también porque está bien cuidado por los encargados del lugar.
Los residentes que pueden movilizarse independientemente bajan hasta el patio trasero para realizar los primeros ejercicios de la mañana. La fisioterapia es grupal, pero también la hacen de manera personalizada. Además, desde este enero tendrán sesiones de hidrogym en la piscina con la que cuenta el lugar.
Un detalle que no dejaron pasar en el recorrido y del que se sienten muy orgullosos: preparan una coreografía para recibir la visita de los integrantes de un geriátrico de Formosa, Argentina, en los próximos días. Este no es un tema menor, les gusta recibir visitas, ya sea de familiares e incluso de extraños.
Pero esta es solo una de sus muchas actividades, tienen varias y todo el año. Justamente, el concepto es que los residentes estén permanentemente activos.
La experiencia, más allá de las dudas
Hablando de los residentes, Celia Mendoza cuenta que ingresó al Cream en abril del 2016. Unos meses después de la bochornosa inauguración del lugar –por parte del Gobierno Nacional– sin que pudiera utilizarse. Ella misma admitió que llegó hasta allí con dudas, pero con la experiencia reconoció que fue “la mejor decisión” que pudo haber tomado.
Llegó hasta San Bernardino e ingresó al centro en silla de ruedas, pero desde que empezó a ser atendida ahí consiguió dar unos pasos por su cuenta y ahora se maneja con un andador, un logro muy importante para ella.
Por su parte, Reinaldo Escobar llegó hasta el Cream desde Luque. Aseguró que recorrió varios países y se hospedó en hoteles cinco estrellas, pero nunca tuvo una atención como la que recibe en el centro. Este peculiar residente lleva consigo una guitarra con la que canta junto con el resto de sus compañeros y compañeras que quieran unirse. Manifiesta con orgullo que el instrumento de cuerdas que ejecuta tiene la firma de la concertista Berta Rojas.
Los infaltables vínculos
En el segundo piso del edificio se quedan aquellos adultos que se movilizan en silla de ruedas y necesitan otro tipo de atención. En medio de la charla con la sicóloga del lugar, una de las residentes, un poco alejada del grupo, pide la atención de una de las gerocultoras, una persona que se encarga de cuidar a los abuelitos del lugar. Cuando esta se le acerca, la convence de que la integre al resto de los ancianos y ancianas.
Sin embargo, una vez en el semicírculo, la paciente le pide a la gerocultora que se quede a su lado. Le toma una mano para llevársela contra el pecho y allí la retiene por varios minutos. Ese pequeño gesto es prueba del vínculo que se puede llegar a formar entre los seres humanos que convergen en este nuevo espacio dedicado a la salud.
Otra cuestión importante aquí es que el adulto mayor no pierde contacto con su familia. El director del centro, Juan Ortiz, explica que una de las condiciones para que una persona ingrese es que los familiares no dejen de estar pendientes y disponibles ante cualquier eventualidad. Los residentes pueden quedarse hasta 24 meses en San Bernardino, pero luego deben retornar a sus hogares.
La mayoría puede salir del Cream para pasar el fin de semana con los suyos, aunque hay quienes no pueden hacerlo dada la atención que reciben, por lo que los propios familiares van hasta ahí a pasar el día.
La experiencia reconforta, ya que a los residentes se los nota contentos por la atención que reciben, un punto más que importante para quienes quieren ver a los abuelos y abuelas sonreír mientras disfrutan de una vida digna y tranquila.