Mientras Nvidia alcanza máximos históricos impulsada por la revolución de la IA, Paraguay posee lo que el mundo necesita: energía limpia y abundante. Pero esa ventaja es efímera. Ya no tenemos otros 50 años para pensar que hacer con la energía.
El pasado 25 de junio, Nvidia —piedra angular del auge de la inteligencia artificial— se convirtió nuevamente en la empresa más valiosa del mundo, superando los US$ 3,76 billones. Analistas ya hablan de una “Golden Wave”: una ola dorada de innovación que transformará la economía global. Esta revolución necesita energía e infraestructura a escala, tenemos lo primero, tenemos que acelerar lo segundo
El tema adquiere otra dimensión: la diplomacia energética. Como indicó el Secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, “Paraguay tiene una planta hidroeléctrica… están tratando de decidir qué hacer con el 50 % de electricidad que ya no va a Brasil… alguien, si es inteligente, va a ir a Paraguay y abrir un centro de IA” .
Rubio subrayó también que “la energía será un punto focal de la política exterior estadounidense para los próximos 100 años”. Esta señal refuerza una perspectiva diplomática: no se trata solo de atraer inversión, sino de consolidar alianzas estratégicas y competir con iniciativas como la “Belt and Road Initiative” de China.
Varios de nuestros vecinos (Brasil, Chile, Uruguay) ya implementan planes orientados a “surfear” esta ola. En Paraguay, en cambio, seguimos lentos en reacción. Persisten cuellos burocráticos, inseguridad jurídica y falta de mecanismos financieros modernos. Un solo año perdido equivale a miles de empleos no creados, tecnologías no adoptadas y oportunidades que se trasladan a otro país.
Ahora o nunca
Para estar a la altura de esta ola tecnológica, Paraguay necesita avanzar en varios frentes a la vez: formar talento técnico a través de alianzas con universidades y centros digitales, invertir en infraestructura clave —desde generación y transmisión hasta redes inteligentes y almacenamiento—, actualizar nuestras leyes para brindar seguridad jurídica y atraer capital, y generar mecanismos financieros modernos que activen la inversión público-privada. Además, nuestra energía no puede seguir convirtiendose en un recurso exportable: hay que reinvertirlo en tecnología e infraestructura que genere valor local.
Necesitamos movernos ya. Esto no es solo un desafío técnico, es una decisión política. Que no nos encuentre el próximo siglo lamentando otra falta de iniciativa estratégica