Por Adolfo Ferreiro - adolfo.ferreiro@gmail.com |
Después del taller-retiro del Gobierno en Cerrito, pregunté a muchos qué les quedó claro luego de la conferencia de prensa donde casi nadie dijo nada, salvo el costarricense que animó la función. Consultor internacional, al fin y al cabo, habló y habló lo obvio, dijo lo que se dice cuando faltan de portavoces relevantes. Lugo, Franco, Borda, ni siquiera Pompeyo, comparecieron ante la comitiva de periodistas, quejosa por lo mal que la pasó entre montes y collados.
Uno de mis entrevistados se preguntó cómo es posible hablar de ¡28 prioridades!, cada una de ellas, según manifestó alguien, seccionada en otras cuantas. Los japoneses, para enfrentar los desafíos del siglo veintiuno, parece que se fijaron diez. Obama, dicen que tiene tres o cuatro. Israel, una sola.
Cuando se expliciten esas prioridades, a nivel de concreción y detalle, podría resultar una jerigonza menos inteligible que las resoluciones de la Secretaría de Tributación, cree el mal pensado.
Todos coinciden, al decir de Guido Rodríguez Alcalá, que se trató de un yaguá salida más. Uno de esos divertimentos oenegísticos que dan gusto pero hasta ahí nomás. Para cuidar la imagen.
El picnic en Cerrito no consiguió desvirtuar la percepción, tal vez errada pero percepción al fin, de que el Gobierno no sabe qué hacer con lo que tiene entre manos. Menos aún explicarlo. Por ello, si quiere mejorar cómo se lo ve, tendrá que revisar a fondo eso que la moda llama “su comunicación”, sorteando el riesgo del ridículo y el desatino bolivariano del Chávez locuaz locutor o la pulsión del periódico, o los periódicos, de circulación obligatoria y lectura nula que proyecta Evo, quien amenaza reeditar multiplicadamente el inefable diario Patria.
Entre tantas cosas que requieren explicación, está lo de “crear ochenta mil empleos”.
Mi avispado peluquero, que lee a Herken, Rodríguez Silvero y otros que algo saben, recordó que para crear un empleo, es decir un puesto ocupacional genuino, basado en una actividad productiva real, viable y sostenible, se requiere la inversión de entre diez mil y cincuenta mil dólares, según se trate del área de servicios o actividades industriales sofisticadas, valiendo también estas cifras en la actividad agropecuaria.
Es decir, serían necesarias inversiones entre 800.000.000 y 4.000.000.000 de dólares. Con todos esos terribles ceros.
El fígaro paraguayo, no francés, blandiendo su ordinaria tijera made in Chiriponga, espetó: "¿cómo podría conseguirse tanta inversión en la incertidumbre respecto a qué apuesta el país para crecer económicamente?” Después, al notar mi interés en sus elucubraciones más que en el corte de pelo que me inflingía, agregó: “si se necesitan inversiones, locales o foráneas, falta eso de las reglas claras que los empresarios dicen que no hay; usted cree que el capital es cobarde y yo le digo que no, es inteligente, prudente y arriesgado, pero no tonto”.
Sin duda, falta algo más que talleres-retiro y misas en los patios de Bellasai. Falta una política clara y fácilmente explicable, que motive a los actores reales de la actividad económica generadora de riqueza, que invite al riesgo razonable y que ofrezca garantías de continuidad, con protección eficiente al trabajo, para que merezca la pena el par de décadas de esfuerzo y riesgo que son imprescindibles para ver resultados.
Mientras tanto, como decía el entrañable Dr. Manuel Benítez González, “che kueráima del imagen”, en su aguda diferenciación de lo principal y lo accesorio en la política.