Eran valores y principios que fueron la razón de ser de la construcción de la cultura de la modernidad. Entre los primeros el más elevado fue la libertad, que significa el respeto por los derechos de cada ser humano e incluye la libertad de pensar y expresarse, decidir, viajar y a hacer cuanto se le antoje, mientras no perjudique iguales derechos del prójimo.
También significa cuestionamiento de los dogmas o presuntas verdades oficiales. Al estallar la verdad revelada se dio inicio a la modernidad y a la búsqueda del conocimiento científico.
Un paradigma que legitimó la sociedad democrática occidental, pero que no fue sinónimo de un relativismo ético absoluto, aunque comprenda, desde luego, la pluralidad de enfoques y criterios, que se enriquecen mediante el intercambio.
Otro valor axial olvidado es respaldar el progreso; no quedarse en apuntalar el atraso y el rencor estéril. Complementado con la igualdad de oportunidades, la transparencia competitiva, el reconocimiento del mérito y el combate a la corrupción y a la impunidad. El amor al trabajo, el ahorro y algún grado de disciplina social y familiar.
La ética brevemente enunciada es la columna de cemento, el esqueleto del ciudadano democrático comprometido con su realidad.
Por su parte, las instituciones democráticas y republicanas, que se deben construir, siempre se opondrán a las expresiones totalitarias, a la ausencia de libertad, el cercenamiento de los derechos individuales, la persecución de la disidencia y la censura de prensa.
El problema en el país radica en que quienes marcan la impronta de estas instituciones por todos soñadas, son personas de carne y hueso, que responden a un paradigma axiológico orientativo en el proceso de toma de decisiones y elección de opciones. Recordando que una institución sólida y eficaz se enmarcará siempre contraria a los atributos opresivos, sectarios, delirantes o mesiánicos de sus principales referentes de turno. Un avance que en el Paraguay todavía es desconocido.
Si quien dirige las instituciones modernas y democráticas asfixia la libertad, abomina del pluralismo, es intolerante y manipula a los pobres e indígenas para someterlos con delirios populistas, nunca impulsará instituciones modernas y democráticas.
Las instituciones tendrán el estilo funcional del carácter y personalidad de quienes las integren o dirijan, hasta que se consolidan y ellas, por sí mismas, marquen el ritmo. Allí es donde resulta crucial la formación ética del ciudadano en general y de quienes ocupen el espacio público en particular.