La crónica, publicada por el diario Última Hora, relataba el caso de un albañil, que, para poder alimentar a su familia intentó robar un pedazo de carne.
Dice el informe policial, que esta persona tomó varias mercaderías y un paquete de carne. Esto último lo ocultó entre sus ropas. Sin embargo, se arrepintió y dejó la carne.
Pero las cámaras del supermercado ya lo habían filmado y entonces los guardias del local lo detuvieron y le preguntaron por la carne que tomó. El hombre les dijo que la había dejado, que se arrepintió. Incluso les mostró el lugar donde dejó la mercadería.
Pese a todo, fue denunciado, la Policía hizo un acta de lo ocurrido —donde se señala que el paquete fue abandonado—.
El caso pasó a la fiscala Rosa Noguera, quien rapidísima dispuso la detención del albañil.
Fue imputado por presunto hurto en grado de tentativa, pero en el documento, contrariamente al informe de la Policía, pusieron que tenía en su poder dos paquetes de carne. La fiscala pidió el arresto domiciliario.
La defensora pública Cynthia Giménez solicitó la eximición de medidas cautelares, y que se disponga su libertad. Su argumento fue que el hecho no era un delito, ni siquiera configuraba tentativa inacabada, ya que el hombre se arrepintió y dejó el producto, según constaba en el acta de procedimiento policial. Después de eso, la jueza de Garantías Hilda Benítez Vallejo, tras estudiar su caso, le dio la eximición de medidas cautelares.
La historia del albañil imputado por intentar robar medio kilo de carne me recordó a la obra de teatro del argentino Agustín Cuzzani, Una libra de carne, obra que versiona una de Shakespeare.
En fin, la pieza trata del reclamo de un comerciante que exige que su deudor le pague con una libra de carne, de su propio cuerpo.
La víctima es un trabajador explotado por sus patrones, y vive en condiciones miserables. Hay mucho más que decir sobre la obra, pero ahora no hay mucho tiempo para eso.
La cuestión es que mientras a una persona que pensó en robar para poder dar de comer a su familia casi lo mandan a Tacumbú directo y sin escalas; a la empresaria Dalia López le regalamos el privilegio del olvido.
Dalia tuvo en sus manos un poco más que medio kilo de carne y precisamente por eso sigue escondida de la Justicia paraguaya.
Dalia, la que lleva casi un año huyendo, es señalada como principal responsable del esquema de documentación ilegal que se descubrió, tras el ingreso de Ronaldinho y de su hermano a Paraguay.
Dalia lo había invitado a visitar el país para participar de eventos benéficos de una fundación denominada Fraternidad Angelical, y cuando llegaron se halló que tenían cédula y pasaporte paraguayos.
Al final, después de casi seis meses, Ronaldinho fue beneficiado con la suspensión condicional del procedimiento y como castigo debió donar USD 90.000, de los cuales USD 60.000 fueron al Hospital de Clínicas y USD 30.000 para la causa Todos Somos Bianca.
Al mismo tiempo, la Justicia resolvió que los USD 110.000 donados por el hermano fueran destinados al Ministerio de Justicia, con el fin de adquirir insumos sanitarios para las cárceles, para los guardiacárceles y reclusos.
Nunca tan oportuna como hoy la frase del arzobispo y santo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero: “La justicia es como las serpientes, solo muerde a los descalzos”.