23 abr. 2024

Una irónica eminencia de la lengua

Con sus textos. La profesora Emina Nasser  fue autora de  libros de lenguaje,  utilizados en instituciones educativas.

Con sus textos. La profesora Emina Nasser fue autora de libros de lenguaje, utilizados en instituciones educativas.

No soy lector asiduo, ni mucho menos, de documentos antiguos relativos a la historia paraguaya, ni originales ni trascriptos, pero esta columna incluye la no casual referencia a uno de ellos. En estos días estuve leyendo El proceso de la Independencia del Paraguay 1807-1814, trepidante y recomendable libro de Jerry W. Cooney. Uno de sus pasajes documentales me remitió a la eminencia de Emina Nasser de Natalizia (como firmaba sus libros), maestra y conocedora implacable e irónica del idioma castellano paraguayo, quien falleció la semana pasada en esta capital poco antes de cumplir 87 años.

Suelo fijarme por curiosidad (a veces más que en la materia que tratan) en la naturaleza del castellano de añejos papeles, salvajemente barroco durante la Conquista, solo pomposo durante la Colonia y aun en las primeras décadas de la Independencia. El representante literario más conspicuo de esta lengua sería el doctor Fernando de la Mora. Su enemigo más acérrimo, su destructor político y, de alguna manera, también literario, fue otro doctor: Gaspar Rodríguez de Francia, quien al nuevo país imprimió una nueva prosa cabalgada sobre la anterior, cerrada sobre sí misma en su poder absoluto.

Francia podía no ser tan aparatoso como De la Mora, pero su escritura tenía un temperamento que oscilaba entre la frialdad inmaculada y cierta cólera impetuosa de naturaleza volcánica que popularizaría el romanticismo de su tiempo y que él ignoraría por completo. El documento en cuestión, aunque no firmado por el después dictador, lleva su sello de estadista incluso en el error. Francia no siempre fue cuidadoso en lo referente a lo gramatical y, en comparación con otros escritores políticos de su tiempo en la región, a veces era más confuso en sus asuntos, sobre todo en el género epistolar, lo que lo convierte, quizá, en alguien único a la vez y, por ello, interesante literariamente.

El simple error gramatical en cuestión está incluido en el séptimo artículo del Reglamento de Gobierno del Paraguay aprobado en la Asamblea del 12 de octubre de 1813, muy posiblemente escrito por Francia. Típico del castellano paraguayo, oral y escrito, por lo demás, decía: “Habrán dos batallones de infantería”. El verbo haber (de problemático y exótico uso siempre aquí) no debería pluralizarse: Habrá dos batallones de infantería. Este tipo de sutiles, pero no menos chirriantes, deficiencias lingüísticas, entre otras rarezas, se puede rastrear hasta bien atrás en nuestra historia llegando hasta nuestros días, incluso extendido entre personas consideradas cultas, como se puede ver en el caso del citado Reglamento.

Cultos en el sentido del conocimiento de la lengua, Emina Nasser no consideraba, por ejemplo, a los periodistas. En las clases de la universidad solía extraer de su cartera un delicioso acervo de recortes periodísticos para ejemplarizar las que, con algo de malicia preciosamente infantil, consideraba barbaridades cometidas con el instrumento lingüístico por parte de periodistas de toda calaña, barbaridades que, según enseñaba, atentan contra la misión informativa de la comunicación: la del sentido correcto de lo que se quiere informar y que el castellano proporciona como herramienta.

Cuando pienso en mi vieja profesora siempre me vienen a la memoria sus simpáticas ironías en torno a los periodistas. Ante su muerte, uno de sus alumnos en la carrera de Letras me contó que una vez le dijo que nunca debía confiar en ellos porque “simplemente repiten lo que escuchan y, sobre todo, no leen”. Leer está en la base de escribir, eso lo sabía ella y lo sabe cualquiera que, de hecho, aspira a escribir bien, no solo con corrección.

Errores comunes del tipo del uso del verbo haber, Emina los encontraba en nuestros libros, en nuestros periódicos, en el lenguaje coloquial. Se reía de ellos con no fingido dramatismo, asustada de que la pobreza del idioma fuera la pobreza del pensamiento o, lo que es lo mismo, la pobreza del espíritu. No le faltaba razón a la querida profesora.

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