06 may. 2024

Una idea imperialista

Blas Brítez

Publicados por primera vez en 1947, los notebooks de Henry James (1843-1916) recogen anotaciones íntimas, a menudo sobre los orígenes y las motivaciones de sus obras. En una de las entradas, cuenta que alguien le refirió la existencia de una anciana mujer que, en Venecia, había sido amante de Lord Byron, que tenía cartas suyas y que todavía vivía. Al parecer, James quiso conocer el contenido de esas misivas, pero no pudo. La anécdota es el origen de Los papeles de Aspern (1888), el aceitado relato en el que el narrador se propone apropiarse de las cartas enviadas a una veneciana por parte de un poeta que lo obsesiona: el ficticio Jeffrey Aspern. El breve libro es una temprana fabulación sobre el fetichismo literario moderno que trocó la personalidad y el legado de los escritores –por lo menos desde el siglo XV, cuando las casas natales de poetas como Dante o Petrarca pasaron a adquirir valor, como cuenta Jacob Burckhardt (1818-1897) en su exquisito libro sobre el Renacimiento italiano– en productos de consumo, con aristas actuales en los que no escasea la codicia artera.

El pasado 26 de abril, la crítica uruguaya Ana Inés Larre Borges publicó un artículo en el semanario montevideano Brecha, en donde, citando la obra de James, tituló: “Los papeles de Idea”. Dos días antes del décimo aniversario de la muerte de la poeta Idea Vilariño, y a pesar de que desde la lejana lectura de James se prometió “no pelear jamás por un archivo”, la investigadora reveló que varias cajas con materiales editado, inédito y de diversa índole, fueron vendidas subrepticiamente por un descendiente de la escritora, en una de esas tramas que hoy abundan en torno a la herencia de los escritores.

Según el séptimo artículo del testamento de la autora de Nocturnos, el referido a su obra literaria, era Larre Borges la encargada de gestionar los “papales privados” y la obra “para que los publique”. De alguna manera, así fue. Pero en agosto de 2017, la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, anunció la compra de un acervo del que nadie sabía y que nunca fue entregado a la albacea, contraviniendo el deseo testamentario. “Lo más valioso es media docena de cuadernos, en los que Idea copió toda su poesía, desde la de su adolescencia hasta la de su vejez, entre 1931 y 2006”, explicó una compungida e impotente Larre Borges. Compungida e impotente porque, al igual que quienes conocieron de cerca a Vilariño, sabe que la poeta nunca, pero nunca hubiera aceptado –como de hecho sucedió en vida cuando se lo propusieron, apretada de dinero y todo– que sus papeles fueran a parar a una universidad estadounidense. En este caso, la misma que se ha lanzado a la carrera por comprar boxes de escritores latinoamericanos, como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Ricardo Piglia. No lo hubiera aceptado, dice Larre Borges, por antiimperialista. Habla de una carta en la que Idea discutió con Ángel Rama acerca de una posible beca Guggenheim que ella, por supuesto, no quería ni en broma.

El responsable de la fuga ha sido el sobrino nieto Leandro Funes Vilariño, quien luego de una maraña legal ha quedado como heredero, obrando de manera ilegal en lo tocante al caudal literario.

Recuerdo vagamente que hace ya unos cuantos años, el escritor paraguayo Hugo Rodríguez-Alcalá contó que donó o vendió su biblioteca de 30.000 volúmenes a la Universidad de Austin, Texas, en donde enseñó. No sé si le ocurrió ofrecerla en Paraguay o si también dejó allá papeles suyos, pero el hombre evidentemente no pensaba igual que Idea. La extendida idea del sobrino nieto, mediada por el dinero, se ceba de cierto imperialismo cultural del que también el caso de Rodríguez-Alcalá, con sus matices, abreva. A la plata yanqui (y a la estólida avidez de las contrapartes) no le interesa siquiera la legalidad: Princeton actúa como aquellos oscuros comerciantes que reciben mercancía hurtada. Aunque robaron a Idea, en Uruguay la Biblioteca Nacional posee 146 colecciones de escritores uruguayos desde 1900. Nuestro país no tiene –ni de lejos– nada que se le parezca.

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