Cuando se dice cultura, suele pensarse casi al instante en libros, música, teatro y conocimientos generalmente adquiridos de letras impresas y acaso alguna formación académica. Esa palabra abarca todo eso, pero se extiende a cualquier expresión humana, desde la forma en que ata el cordón de los zapatos hasta la manera de despedirse.
Los comportamientos individuales y colectivos reflejan una concepción de la vida, retratan las ideas que llevan a la acción. Por ello, detrás de cada gesto hay que buscar qué pensamiento le mueve.
Los parlamentarios de hoy y de ayer son hijos de una cultura política acostumbrada al abuso de poder y al desconocimiento de las inquietudes y los anhelos de la mayoría. Su tradición es usar la cosa pública en beneficio personal.
Desde esa perspectiva, nada de lo que ocurre en las cámaras de senadores y diputados puede resultar demasiado sorprendente. Péichanteva voi niko... ha péicha gueteri... Fue así, así sigue siendo.
Por eso, no extrañan las conductas de los parlamentarios que han abarrotado de parientes, correligionarios y amigos —incluso amigos de amigos—, las instituciones públicas.
La cultura atañe a toda la sociedad. Así como la polca se baila de a dos, en el tráfico de influencia también se requiere de un par de polos: uno que está en condiciones de conseguir el puesto porque está en una situación privilegiada y otro que solicita de él ese favor.
Natekotêvéi ko nde vale, ne paíno porãnteva’erã, sentencia el refrán nacido de la lucidez de quien interpretó lo que desde los tiempos de la Colonia española figura en lugar destacado entre las estrategias de supervivencia locales.
Si hay papá, mamá, tío, tía, patrón o padrino de bautismo bien colocado en la política —en el Parlamento, en los ministerios, en Itaipú o Yacyretá— para qué preocuparse en estudiar, en capacitarse, en adquirir conocimientos para trabajar en una profesión.
Por esa vía, cualquier výro chaléko, un burro afamado, un lapimbykýto, puede ganar millones, construir una fortuna, volverse “importante” y, si la “bendición” es completa, ni siquiera se necesita marcar tarjeta, sino solo ser puntual a la hora del cobro en el cajero. Los kurepas les llaman "ñoquis” a estos que solo dan señales de vida a fin de mes.
La cultura de saquear sa’i sa’i para sumar, en conjunto, mucho, está tan hondamente inmersa en la vida nacional que parece imposible socavarla y, mucho menos, derrotarla. A simple vista, es un muro infranqueable.
Aun así, una leve brisa de cambio está soplando la nuca de algunos “traficantes”. Después de todo, principio requieren las cosas. Y nunca hay que perder la esperanza.