Es interesante que un periodista argentino, de la talla de Jorge Lanata, afirme con tanta convicción que el Paraguay es el futuro de América Latina, basándose en informes económicos, en las leyes aprobadas para incentivar la inversión local y extranjera, y datos sobre la población eminentemente joven del país (56% es menor de 30 años).
Muchos apreciaron lo que dijo, no solo por tratarse de alguien de su trayectoria, sino porque es un argentino. Y es que existe la idea de que para cierto sector de sus conciudadanos, el Paraguay normalmente es subestimado o “ninguneado”, como dicen allí.
Esto se da hasta en las crónicas periodísticas sobre el Mercosur cuando con frecuencia ignoran al Paraguay, al enumerar a los Estados Parte, como si no fuera parte del bloque sudamericano, ni tuviera incidencia alguna a la hora de adoptarse las decisiones que, como se sabe, se dan por consenso.
Esa percepción local de que para ciertos argentinos simplemente no estamos en la mira también se debe a algunos comentarios xenófobos que de vez en cuando saltan en algunos comunicadores hacia los paraguayos. Todo esto, sin embargo, no significa la postura generalizada de los argentinos hacia los paraguayos. Lo testimonian el gran número de migrantes paraguayos presentes particularmente en la Provincia de Buenos Aires y en la solidaridad que ha existido siempre en los hospitales de la capital argentina y las provincias cercanas al Paraguay a la hora de brindar asistencia a nuestros conciudadanos; además de la hermandad que se manifiesta en las poblaciones fronterizas.
Por eso se entiende las ponderaciones positivas que genera un comentario tan contundente como el de Lanata, al advertir a sus paisanos que si están hartos de la Argentina y quieren ir a vivir Suecia, como destino apetecible en busca de mejor calidad de vida, vean que no hace falta ir tan lejos, y les comparte un informe que, por los datos objetivos que resalta, le hacen afirmar que en Paraguay está la apuesta a ese futuro anhelado.
Y ciertamente, los organismos internacionales y las representaciones diplomáticas acreditadas ante el Gobierno paraguayo en los últimos años se han admirado del crecimiento macroeconómico sostenido y de datos, como el porcentaje de retorno de la inversión, de la carga tributaria y de los esfuerzos, sobre todo, desde el gobierno de Nicanor Duarte, en reducir la pobreza. Los avances en materia de transparencia y en la conquista de otros derechos ciudadanos, como el acceso a la información pública. También como un país en que los índices de criminalidad, comparados con otros pueblos de la región, no llegan a los niveles considerados altamente peligrosos.
Pero vayamos a lo concreto. El Paraguay ni siquiera está cerca de tener la calidad de vida de otros países latinoamericanos y demasiado lejos está de Suecia en cuanto a gasto público destinado a salud y educación, áreas claves, para aspirar un futuro promisorio.
El país tampoco ha podido consolidar un sistema real de protección integral de la niñez, ni ha logrado articular a los distintos actores de la sociedad para definir un nuevo sistema educativo, pese a que existe el consenso y la necesidad de hacerlo.
No olvidemos la corrupción, la impunidad y un sistema judicial totalmente permeable a los poderes fácticos y el poder político y, como consecuencia, un país sin justicia. Tampoco olvidemos que aquí aún es un sacrilegio hablar de igualdad de género y aspirar a que haya paridad en los puestos de representación política.
Entonces, cómo no nos agradaría que Paraguay apunte a ser como Suecia, no solo en cuanto al PIB per cápita, sino en la realización de todos los derechos humanos: civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Si lográramos esto último, redujéramos la corrupción y ejerciéramos el voto consciente y responsable, lo que sugiere Lanata no sonaría tan utópico.