19 abr. 2024

Un mundo mejor

Brigitte Colmán — @lakolman

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Uno de los momentos más lindos de este año fue, sin asomo de duda, aquella fase en la que por un ratito divagamos todos juntos sobre la posibilidad de que, tras la pandemia, íbamos a construir un mundo mejor. Si hasta nuestros políticos llegaron a hablar de la reforma del Estado. Al final no lo hicieron, pero fue lindo mientras duró...

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Y cómo olvidar aquella imagen de las grandes ciudades vacías de gente y que de repente eran tomadas por asalto por los animales que al fin volvían a recuperar el territorio perdido.

Ya sé que la realidad no necesita de mi ayuda para verse más tenebrosa, no es mi intención tirar mala onda, tan solo señalar que a pesar de todo seguimos aquí, magullados, un poco más gordos, más ansiosos e histéricos, pero seguimos aquí, con nuestro brazos esperando la vacuna.

También es inevitable mencionar que lo peor del año es el tiempo que perdimos. Como somos animales de costumbres, pusimos en automático, y en cuanto superamos el momento de pánico, volvimos a las viejas y tóxicas costumbres.

El mundo no va a ser el mismo, decían. Y afirmaban que lo que estaba sucediendo era un suceso extraordinario que iba a modificar al ser humano y su entorno; pero nadie sabía si el cambio sería para mejor o para peor.

Es una guerra, declaraban, la cual nadie sabía cuándo acabaría, pero sabíamos con certeza que habría pérdidas, de vidas, de empleos, de nuestras seguridades e incluso de algunos derechos. Se supone que este tiempo quedaría grabado a fuego y para siempre en la memoria de la humanidad, pero hoy, diez meses después aún queda gente que se niega al uso del tapabocas, sin mencionar a los que se oponen a la vacuna.

Se suponía que el coronavirus habría de cambiarnos, pero no llegó a tanto.

En Paraguay se cobró la vida de más de dos mil, el Gobierno nos endeudó por 100 años y en los hospitales ya no queda una cama libre. Todo eso sin mencionar que este año perdimos a la laguna Cerro, víctima de la contaminación por la avaricia y malos manejos de una curtiembre.

Sobrevivimos en un año horrible, lo cual tiene su mérito. Pero también se debe destacar que la humanidad no mostró precisamente su mejor rostro. Creo que solo si asumimos lo peor es que tenemos alguna chance de lograr cambiarlo.

Por eso quiero mencionar dos momentos del año en los que mostramos el rostro más feo de algunos paraguayos, bueno puede que no han sido la mayoría, lo cual no alcanza para lavar tanta vergüenza.

El primero de los hechos sucedió en el mes de mayo, plena pandemia, cuarentena; las fronteras estaban cerradas y grupos de paraguayos comenzaron a llegar al Puente de la Amistad que divide Ciudad del Este de Foz de Yguazú. Muchos de ellos eran trabajadores que habían perdido sus trabajos en São Paulo y querían regresar al país. La foto de estos compatriotas aguardando a la intemperie en medio del puente en aquellos días de frío, con autoridades que los ignoraron y parte de una ciudadanía que los despreciaba, debe ser una de las fotos más feas de este año.

La segunda imagen no es la de la Chacarita ardiendo, sino la reacción de muchos, pidiendo que se sacara del lugar a todos los pobladores y sus “chozas”, invocando que es zona histórica y que los lugareños son culpables de toda la inseguridad de la zona céntrica. El desprecio, con aquel barniz clasista, fue una foto fea de los paraguayos que se emocionan con un perrito en el Twitter, y a renglón seguido denigran a quienes viven en el cinturón de pobreza.

Finalmente debo reconocer que la idea del desalojo me gustó, pero va a ser complicado sacar de aquel lugar a todos los sospechosos y procesados que viven colgados de nuestros impuestos, porque esos tienen fueros. Pero bueno, sabemos que la esperanza es lo último que se pierde y ojalá el 2021 lo aprovechemos mejor.

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