Por Blas Brítez<br/><br/>bbritez@uhora.com.py<br/><br/>El caso de Alejandro Guanes es particularmente interesante en la historia de nuestras letras. Atienda esta llamativa conjunción de fuentes y brebajes: es un típico poeta posromántico, aunque con ciertos ecos sospechosos de un romanticismo nocturno; pero también es un típico poeta modernista, casi un precursor de esa corriente continental en el Paraguay. Además de eso, un atípico poeta paraguayo que bebió de las misteriosas aguas de la teosofía, adepto a los escritos de Madame Blavatsky como su casi contemporáneo poeta luso, Fernando Pessoa; se dedicó también a la traducción de escritores en lenguas inglesa, francesa y portuguesa; es el caso de un hombre de letras muy al estilo cosmopolita europeo, que completó su apego existencial a la palabra escrita con su paso por el periodismo, en una época dorada, y para nosotros nostálgica, de la prensa escrita a principios del siglo XX; y para mayor particularidad, ¡no publicó un solo libro en vida!<br/><br/>INTELECTUAL DE NIVEL. Guanes nació el 18 de noviembre de 1872 en Asunción. Es decir, dos años después del fin de la Guerra contra la Triple Alianza, hecho que marcaría a toda su generación. En 1900 cumplió 28 años, por lo que es perfectamente uno de los integrantes de la primera camada de intelectuales y formadores surgidos tras la contienda. La primera camada en serio: junto a Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Manuel Gondra, Juan E. O′Leary, entre otros. <br/><br/>Como tantos otros contemporáneos suyos, su paso por Buenos Aires siendo aún un jovencito le dio la posibilidad de la apertura a un mundo bastante más en sintonía con los cauces del pensamiento crítico de su tiempo, que los que podía encontrar en un Paraguay lentamente renaciente. Fue durante esa época en que empezó a escribir y publicar sus primeros poemas, entre los que se cuenta Primavera, un precoz ejercicio de poeta en el exilio: “Ensayo, Patria mía, lejos de tu almo cielo/ notas de un pobre canto que tiembla en mi laúd/ el canto melancólico que en hondo desconsuelo/ me arranca la nostalgia, mientras tu augusto suelo/ despliega de sus galas la nueva juventud”. <br/><br/>ESCRITOR PÓSTUMO. A su regreso, al igual que muchos intelectuales de primer orden de aquel Paraguay, se dedicó a la enseñanza en la educación secundaria. Algo prácticamente inimaginable hoy en un intelectual de fuste como él. <br/><br/>Su colaboración en periódicos también es resaltante: escribió en La Tribuna y El Orden. Como dijimos más arriba, no vio impreso ningún libro con su firma. Un año después de su muerte (1925), salió Del viejo saber olvidado, en donde se ponen de manifiesto, con una prosa poética mística, sus influencias teosóficas. Ya en 1936 se publicó De paso por la vida, en donde se encuentran algunos de los poemas por los que es más conocido: ¡Salve, Patria! (ver recuadro); Las leyendas, escrito en 1909, un poema con tema romántico pero con forma modernista, cercanísimo al Rubén Darío del Responso a Verlaine; uno de sus versos (Caserón de añejos tiempos) dio título a una celebrada obra de teatro dirigida por José Luis Ardissone, basada en la vida del poeta.<br/><br/>Su traducción impecable, sonora, del Ulalume, de Edgar Allan Poe, es bastante conocida entre nosotros, y debería serlo más en todos lados, pues supera a muchas traducciones corrientes que andan por allí.<br/><br/>El 28 de mayo de 1925, con 52 años, murió en Asunción, en la compañía de su esposa Serviliana Molinas. Pasó a ser una leyenda casi, como el viejo caserón de su familia, uno de esos poetas que viven mejor de la poesía, y nos hacen vivir de ella, póstumamente.<br/><br/>