26 abr. 2024

Tres estrenos y algunas reflexiones

En este mes que acaba, aproveché que nuestras salas de cine tenían en cartelera más de un título de factura paraguaya. Cansado de los blockbusters extranjeros, las tres películas que pude ver fueron no solamente un bálsamo sino una invitación a reflexionar sobre nuestro cine actual y nosotros como sociedad en constante cambio.

  • Sergio Cáceres Mercado
  • Docente investigador
  • @sergiocaceresmercado

Matar a un muertoEn orden de estreno, debo empezar por Matar a un muerto, poderosa película que narra la contradictoria relación entre dos “sepultureros” y un muerto que al final no resultó tal. Las atrocidades de la dictadura militar de Stroessner recién empiezan a ser tematizadas por nuestro cine de ficción y esta película no solo será pionera en ese sentido, sino que también retoma el sendero de cómo interpelar nuestro pasado con un guion inteligente y una sencilla puesta en escena (como lo hizo en su momento Hamaca paraguaya).

Los dos personajes paraguayos reflejan actitudes universalmente humanas que son potenciadas al máximo por el tercero en discordia, un “muerto” que sin proponérselo sacará a flor de piel las contradicciones espirituales de sus dos verdugos. Es casi una ley que en toda narración dramática se introduzca pizcas de humor que logren sazonar la de por sí tensa relación de este particular trío arrojado por el destino en el medio de una selva que los va engullendo en su pacífica verdura; estos momentos de tensa risa son un triunfo de una historia que llega al paroxismo en una escena final que es de una factura poética que será obligada en toda antología del cine paraguayo.

Como toda ficción, las actuaciones son cruciales y en este caso estamos frente a interpretaciones de una sobriedad sobresaliente, en especial los de Éver Enciso y Aníbal Ortiz. El trabajo de ellos no decae en ninguna escena y ambos son los pilares para que esta magnífica estructura se sostenga hasta al final. La pandemia quiso matar a esta producción, pero persistió frente a todo pronóstico porque tiene un núcleo indestructible hecho de buen cine.

Charlotte

Una de cal y otra de arena. Hegelianamente hablando Charlotte es la antítesis de la tesis que acabamos de describir. Saliendo de la dialéctica y yendo a la estadística no podemos esperar que el cien por ciento de las producciones paraguayas sean buenas, siempre habrá algunas, o muchas, que se perderán por el camino empedrado de buenas intenciones. Dolorosamente Charlotte es una de ellas. Duele porque ese elenco de grandes actores merecía un mejor guion y una mano más decidida del director en consolidar el relato. Lo que tenemos al final es una película deshilachada, con cabos sueltos por doquier. Obligados a hacer un esfuerzo por entender la trama y las subtramas, podemos sacar en claro algunas ideas, pero enfocando el conjunto tenemos una superproducción que no logró madurar en su evolución narrativa.

Esa imagen de postal turística que se refleja sobre el Paraguay raya la ingenuidad muchas veces. Los drones y la estética televisiva ayudaron muy poco. Los personajes principales casi nunca convencen. Para nuestro gusto Lali González tuvo fortuna con su personaje porque es la que menos interioridad muestra, no así Nico García, a quien le tocó representar a alguien que no sabe lo que quiere y que se nos pierde en una introspección aparente. Ignacio Huang pasa por algo parecido entre el amor no correspondido y la bufonería. Ángela Molina, quien es el “gran atractor” de esta película, hace todo lo posible por darle consistencia a una protagonista que lucha por mantener la dignidad de toda la historia. A los productores debemos agradecer el que una estrella de tal magnitud nos haya honrado rubricando su nombre en la historia de nuestro cine. Todos, sin excepción, hubiésemos querido que su paso por acá se haya coronado con un producto final óptimo. Otra vez será.

Charlotte empero muestra que nuestro cine aspira a grandes cosas. Los productores extranjeros y nacionales están dispuestos a apostar por grandes nombres, por proyectarnos internacionalmente y ya no pensar en pequeño. Efectos especiales de gran sofisticación, toma panorámica de gran factura, elenco de grandes nombres internacionales. Charlotte nos muestra que estamos entrando a pasos agigantados a ser de nuestro cine una industria for export.

Apenas el Sol

Aramí Ullon, luego de su gran debut con su íntimo documental Tiempo nublado, vuelve con su segundo trabajo, otro triunfo que la ubica como una de las que hacen del documental poesía. La carga política de Apenas el Sol recibe su apoyo con imágenes de una cruda belleza o bien de una mudez testifical de aquello que no necesita hablar para decirlo todo.

El héroe de esta película, Mateo Sobode Chiqueno, lo es en un doble sentido, pues por un lado es un superviviente y, por otro lado, es el rescatador de la memoria de su pueblo. Sobre su peculiar lucha por preservar la identidad de sus hermanos se asienta toda esta producción que Aramí registra con un respeto que, aunque guionado como todo documental serio, la lleva a utilizar de vuelta la cámara como testigo de personas que hablan y cantan narrando su dolor, angustia y confusión ante lo que les depara el futuro.

Si alguien no conocía lo que los ayoreo pasaron cuando fueron brutalmente civilizados por los cristianos, pues ahora inevitablemente lo saben. Esta obra funciona como un túnel del tiempo, porque en el recorrido por la memoria dolorosa podemos imaginarnos lo que pasaron pueblos similares de Paraguay y toda Latinoamérica, la hermandad en el dolor que trae la conquista y la colonización física y simbólica se refleja en esas miradas retrospectivas. Apenas el Sol es una fotografía definitiva del dolor que los hombres han infligido históricamente sobre otros hombres.

Cuando los ayoreo cantan todas nuestras referencias culturales caen. No podemos menos que cuestionarnos como civilización y como personas cuando la ancestralidad de un pueblo resuena en nuestros oídos. La verbalización del trauma será terapéutica o no para los protagonistas, pero para los espectadores será como un grito humano que sale de las entrañas de ese desierto chaqueño que aún acuna a un pueblo que se niega a morir aunque sus salvadores quieran lo contrario.

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