Por Guido Rodríguez Alcalá
No todo lo que reluce es oro. Este refrán vale también para la información, donde a veces la cantidad atenta contra la calidad. De tantas cosas que vemos, oímos y leemos, podemos quedar desinformados por falta de criterio. En este sentido, quiero referirme a un caso que ha recibido mucha cobertura: la muerte de un policía y dos civiles en Campo Aceval, Chaco. El policía fue el suboficial mayor Rubén Quintana Benítez; los civiles, los hermanos Valerio y Mateo Gómez.
De acuerdo con la versión más difundida, los Gómez asaltaron el miércoles pasado la comisaría local, ocasión en que los agentes mataron al hermano mayor, Valerio, de unos cincuenta años de edad. Mateo, mucho menor que el caído, consiguió huir, se refugió en una casa de la compañía Gondra, donde resistió a tiros, matando al suboficial Rubén Quintana Benítez e hiriendo a otro funcionario policial. El día jueves, una fuerte dotación policial se dirigió al lugar, cercó la casa y mató a tiros a Mateo Gómez. Las autoridades se vieron obligadas a utilizar la fuerza contra dos sujetos peligrosos para conservar el orden público.
Sin embargo, también existe otra versión, la de ciertos vecinos respetables del lugar. De acuerdo con esta, Mateo Gómez era esquizofrénico, y por eso había tenido un fuerte altercado con un grupo policial días atrás. Valerio Gómez trató de aclarar las cosas explicando a los agentes que su hermano menor era un enfermo, y que la enfermedad se debía tomar en cuenta para explicar su conducta, que no podía considerarse pura y simplemente delictiva. Según personas del lugar, Valerio Gómez era un hombre trabajador, respetable, que se ganaba la vida trabajando una pequeña propiedad en forma lícita. Por eso consideró que podía ir a la comisaría con su hermano para pedir consideración con él, a causa de su estado mental.
Pero en muchos casos no se comprende la situación de los enfermos mentales; más bien se cree que se les pueden curar los supuestos caprichos a golpes. De acuerdo con ciertas versiones, esto es lo que pasó en aquella comisaría, donde quisieron proceder con excesivo rigor contra Mateo. Valerio trató de impedir que procedieran contra el hermano con excesivo rigor; los ánimos se caldearon y por defenderlo recibió un tiro en la cabeza, que le provocó la muerte. Mateo huyó, se resistió y fue abatido al día siguiente.
Por supuesto, esta versión contrasta con la otra como el día y la noche, y no deja de tener cierta verosimilitud. Para la gente del lugar no existen dudas de que Mateo era un enfermo mental. Salvo que también su hermano hubiera sido un enajenado, no se explica por qué fueron los dos juntos a la comisaría “para asaltarla”.
Habiendo tanta diferencia entre las dos versiones, corresponde que las autoridades superiores efectúen una investigación, para que pueda conocerse la verdad, y reivindicarse la memoria de un hombre inocente, si tal haya sido el caso. No se duda de que las autoridades policiales tengan el derecho y el deber de usar la fuerza en casos extremos; lo importante es que la usen solamente en casos extremos, no en forma discrecional. No está de más recordar que han pasado tres meses desde la matanza de Curuguaty, sin que exista ninguna explicación satisfactoria del incidente.