Hoy, la Iglesia conmemora a todas aquellas personas que vivieron la amistad con Dios en su caminar terreno y entraron por eso en su gloria. Algunos santos son elevados a los altares como modelos de virtud y amor de Dios. Pero muchos otros dejaron día a día una impronta de santidad que pasó quizá desapercibida a ojos humanos, pero que nunca escapa a la mirada atenta y amorosa de Dios.
“Todos los Santos es la fiesta de la santidad discreta, sencilla —comentaba Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei—. La santidad sin brillo humano, que parece no dejar rastro en la historia; y que, sin embargo, brilla ante el Señor y deja en el mundo una siembra de amor de la que no se pierde nada”.
Como Evangelio de la Misa de este Día de Todos los Santos, la liturgia eligió el pasaje de las bienaventuranzas según san Mateo, como para subrayar que ellas son el equivalente de la santidad, tanto de aquella que se hace famosa, por decirlo así, y destinada a algunos, como de aquella que solo es conocida plenamente en el cielo.
… Jesús nos invita —en palabras del papa Francisco— a “que emprendamos el camino de las Bienaventuranzas. No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de seguir todos los días este camino que nos lleva al cielo, nos lleva a la familia, nos lleva a casa. Así que hoy vislumbramos nuestro futuro y celebramos aquello por lo que nacimos: nacimos para no morir nunca más, ¡nacimos para disfrutar de la felicidad de Dios!
El Señor nos anima y a quien quiera que tome el camino de las Bienaventuranzas dice: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt. 5:12). ¡Que la Santa Madre de Dios, Reina de los santos, nos ayude a caminar decididos por la senda de la santidad! Que ella, que es la Puerta del cielo, lleve a nuestros amados difuntos a la familia celestial”.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-solemnidad-todos-santos-1-noviembre/)