19 abr. 2024

Todo es igual, nada es mejor

Creo que Enrique Santos Discépolo fue, más que un letrista consagrado, un filósofo con todas las letras, al graficar con tanta precisión el desquicio en que vivimos. Las palabras, los conceptos, las definiciones, han perdido poco a poco, pero consistentemente, su significación original con lo que todo ahora es relativo, y la realidad está en permanente cambio. “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso o estafador”. Es que estamos todos mezclados, se busca parecer antes que ser, hay burros enseñando en la Universidad, negocios disfrazados de universidades; y un sabio está preso por investigar propiedades medicinales del Cannabis. Este no es un verso de Cambalache, sino una descripción certera de cómo funcionan las cosas en esta nuestra sociedad actual.

Yo me acuerdo todavía de otro tiempo, cuando los caballeros se comportaban como tales, y sellaban sus acuerdos estrechándose las manos. Existía todavía la buena fe en los negocios. Y las personas honradas se reconocían; y la honradez era una virtud y robar era un delito. Y para no parecer naif aclaro que, por supuesto, sé que había ladrones, pero no había lugar a dudas y cada cual estaba en su sitio, no como ahora que da igual ser honesto, o traidor, boxeador, Juez, Diputado o ladrón, o todas las cosas a la vez.

Conocí una vez a un hombre que se decía empresario, a quien traté por un tiempo, sin saber a qué actividad se dedicaba. Yo observaba cómo se refería al personal que trabajaba para él, y cómo se jactaba de tener “mano dura” con el Sindicato, porque “es la única manera de que el paraguayo funcione”. Con el tiempo me enteré que estaba registrado como proveedor del Estado en el rubro de servicio, una actividad perfectamente lícita. Pero la suya era una empresa que solo se presentaba a licitaciones convocadas por entidades públicas y, gracias a las relaciones políticas del propietario, curiosamente ganaba siempre, salvo que otro ofertante tuviera mejores padrinos. Después me enteré que le tocaba una porción menor del negocio porque sus amigos políticos obtenían la mejor parte, dado que ellos conseguían con antelación la información privilegiada. Lo suyo era presentarse y resultar adjudicado, con lo que conseguía una especie de sueldo, pero cumplir con las obligaciones que le imponía el Pliego de Bases y Condiciones, era harina de otro costal. Desde luego, no lo sentía como su problema.

Esta no es la idea que yo tengo de un empresario. Para mí, empresario es el visionario que tiene una idea y la lleva adelante siguiendo su instinto comercial, asumiendo los riesgos, buscando crear o innovar un producto, y para ello busca financiación, estudia el mercado, intenta siempre mejorar la calidad o el precio incorporando tecnología, y ve a sus empleados como los colaboradores que le ayudarán al éxito en su emprendimiento, y por tanto los respeta. Un empresario también respeta a su competencia y respeta al público consumidor, y sobre todo respeta a quien contrata su servicio o su producción.

Las necesidades que impone el mercado actual hacen que las actividades se denominen hoy de una manera más vendible. Cuando yo era joven, en las tarjetas comerciales se ponía Director General, Gerente, Presidente del Directorio. Hoy todas las tarjetas se escriben en inglés, tal vez para parecer que se trata de una empresa transnacional: CEO, Chief of de Board, Manager, Founder, Vice President etc. La idea es impresionar al destinatario. Hacerle creer algo que no existe, empresas de maletín, o cargos supuestos. Conozco gente que se hace llamar impropiamente Economista, estanciero, ingeniero, licenciado, doctor, porque piensa que nadie se va a atrever a intentar comprobarlo. Pero eso no cambia la realidad.

El “empresario” mencionado más arriba, es de este tipo. Un “vivo” que de esa manera obtiene una pobre ganancia. En realidad, es un buscavidas que en manos de indecentes es muy perjudicial, porque ocupa espacios de verdaderos empresarios. Y sobre todo, intoxica la salud del mercado y de las compras del Estado.

Si del otro lado hay funcionarios desleales que se “equivocan”, o se “olvidan” de controlar, o políticos interesados en los resultados de la licitación, tenemos el escenario perfecto para frustrar las legítimas aspiraciones de la ciudadanía de mejorar el gasto público, y en general la Administración del Estado.

La reforma de la que se habla es impensable si las dirigencias pública y privada no alcanzan un nivel de conciencia y de compromiso cívico que dé esperanzas de éxito.

Una reforma se asienta sobre una base ética que ahora no existe. Tenemos que revertir el viejo estilo de que “Todo es igual, nada es mejor”, y para eso, necesitamos actores que sean verdaderamente patriotas, idóneos, honrados y no los que parecen serlo.

La prensa menciona nombres de funcionarios que integrarían la Comisión encargada de la Reforma, que nos recuerdan que “cualquiera es un Señor, cualquiera es un ladrón”, y que alguien no está entendiendo de qué se trata.

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