El escenario en que se vienen moviendo los actores sociales en las últimas jornadas presenta un abanico de aristas, un cóctel de propuestas moderadas o bien radicales, en torno a la danza de nombres en cargos clave, que deben irse o bien encumbrarse, de espacios y cupos de poder que las facciones partidarias manejan finamente para catapultar a su candidato potencial.
Más allá de los infaltables pescadores en río revuelto, la propuesta ciudadana debe centrarse en visualizar –superado el lógico arrebato del momento que le impulsa a clamar un mejor porvenir en las calles y las redes– la manera de transformar la realidad mediante una visión de largo alcance, un modelo de sociedad que supere el cortoplacismo de los intereses sectarios y partidarios.
Parte de la desesperación ciudadana enfoca ahora coyunturalmente su puntería hacia las autoridades ante la falta de insumos hospitalarios, vacunas casi inexistentes para inmunizar contra el coronavirus, autogestión para conseguir recursos ante los costosos medicamentos, etc. Acompañado a ello, corresponde trazar una línea de acción más organizada con el fin de plantear el uso de herramientas fundamentales en una sociedad democrática a la hora de castigar al funcionario deshonesto: El voto y el permanente control, sumado al involucramiento activo en el quehacer nacional.
Si resulta ciertamente fácil exponerlo en palabras, se debe reconocer que es difícil plasmarlo en la realidad, atendiendo a los factores y elementos que conspiran contra una sana convivencia democrática, en que la población se sienta empoderada para utilizar esos mecanismos y logre ejercer mejor su rol protagónico.
Las fuerzas contrarias a esas posibilidades son: La necesidad de recursos económicos y de mejores ingresos, el entorno de pobreza y angustia, la fragmentación en el engranaje social, la casi nula praxis de saber elegir en las urnas y el estoicismo, que cunden fuerte desde hace décadas, limitando capacidades y sumiendo a la gente en la desilusión permanente.
La crisis que se evidencia desde hace tiempo –y que está lejos de los rimbombantes anuncios de crecimiento del producto interno bruto, del cuasimilagro paraguayo en torno a su manejo macroeconómico y las potencialidades de inversión para el desarrollo– está relacionada con el modelo de Estado y el sostenimiento de estructuras ya perimidas, que empobrecen más, mediante privilegios y favores a los entornos de amigos y parientes colgados de las arcas públicas, mientras el ciudadano común se debate cómo llegar a fin de mes.
También es notoria la falta de liderazgo que encamine el imaginario colectivo hacia la superación de obstáculos estructurales, porque en el paneo sobre las figuras públicas que pudieran brindar su servicio coherente y sin intereses sectarios, la decepción es cada vez mayor: Es casi inexistente un personaje paradigmático que se juegue por la causa nacional, que tenga arrastre y sea visto como figura aglutinadora del consenso generalizado.
A lo sumo hay reciclados de la actual administración –cuya cúpula se encargó hasta de traicionar altos intereses del país– y representantes de grupos antagónicos que, llegado el momento se acercan a pescar parte del botín, en una danza que ya dura varias décadas.
Hay mentes llamadas para las horas más álgidas, y esas deben aparecer con el fin de refundar las instituciones y superar lo meramente coyuntural, no solo con el fin de cumplir ahora con la demanda de la ciudadanía ante el colapso sanitario y social, sino para encaminar un proyecto más inclusivo y disminuir la brecha de la pobreza que, ya fue expuesto, nos paraliza en un círculo vicioso y dañino.