Varios pasajeros, acostumbrados a que los trenes japoneses salgan a la hora en punto (ni un segundo más, ni uno menos), perdieron ese convoy. Y tuvieron que esperar siete minutos a que llegara el siguiente tren (el de las 07:19) para completar el recorrido previsto. Un retraso que en muchas culturas no sería ni digno de mención. No es el caso de Japón, donde llegar siete minutos tarde al trabajo, al colegio o a una cita, además de estar muy mal visto, es considerado como una grave falta de respeto.
Esta semana consultaba a un grupo de adolescentes, en el marco de una fiesta de cumpleaños, por qué si la invitación dice nueve horas, llegan a las diez. Y me respondieron que es “pelada” llegar a hora. Incluso me dieron a entender que cuando más tarde se llega, es mejor. Existe una suerte de “presión social” de llegar tarde a los eventos sociales, y el que llega a la hora fijada es un “desubicado”. Ergo, desde muy pequeños nuestros hijos están aprendiendo a llegar tarde a los propios eventos sociales de sus amigos. Y, como todos sabemos, la cultura no es innata, se aprende.
Según el fotógrafo y periodista español Xavier Cervera, hay muchos tipos de impuntuales, pero “el peor de todos es el que piensa que su tiempo es más importante que el del resto”.
Llegar tarde es una forma de decir “que tu propio tiempo es más importante que el tiempo de la persona que te espera”; por lo tanto, si he fijado una reunión con una persona, le debo puntualidad, no tengo derecho a malgastar su tiempo. Como dirían mis colegas economistas, debemos considerar el “costo de oportunidad” de las personas.
En Paraguay los retrasos de diez minutos siguen siendo considerados como normales, lo que no se da en otros países como Japón, Alemania o Estados Unidos, donde la puntualidad es algo sagrado, y coincidentemente sus niveles de eficiencia empresarial tienen grandes similitudes.
Creo que la impuntualidad es uno de los mayores problemas que aquejan a las economías en desarrollo, porque no solo resta eficiencia al sistema, sino que perjudica el desarrollo de nuevas actividades y proyectos (costo de oportunidad), no dando valor a una de las cosas más preciadas de la vida, el tiempo.
¿Qué deberíamos hacer al respecto? Desde muy pequeños debemos promover el valor de la puntualidad dentro de los valores del respeto, la responsabilidad, autonomía, trabajo, libertad a los chicos. Y no debemos dejar esta responsabilidad solo en manos de las instituciones educativas. Debemos empezar en casa.