Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia del lugar donde se encontraban el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la ley prohibía a estos enfermos acercarse a las gentes. Y levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición... Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. …
Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Nos podemos imaginar su alegría. … Solo uno, el samaritano, volvió atrás, hacia donde estaba el Señor con los suyos. … Y fue a postrarse a los pies del Maestro, dándole gracias. …
…El Señor debió de alegrarse al ver las muestras de gratitud de este samaritano, y a la vez se llenó de tristeza al comprobar la ausencia de los demás. …
…Con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras necesidades y carencias que para nuestros bienes. Vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud.
No existe un solo día en que Dios no nos conceda alguna gracia particular y extraordinaria. No dejemos pasar el examen de conciencia de cada noche sin decirle al Señor: “Gracias, Señor, por todo”. No dejemos pasar un solo día sin pedir abundantes bendiciones del Señor para aquellos, conocidos o no, que nos han procurado algún bien. La oración es un eficaz medio para agradecer: Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado...
En una de las homilías del papa Francisco al respecto de la lectura de hoy dijo: “El Evangelio de este domingo (cf. Lc 17, 11-19) nos invita a reconocer con admiración y gratitud los dones de Dios. En el camino que lo lleva a la muerte y a la resurrección, Jesús encuentra a diez leprosos que salen a su encuentro, se paran a lo lejos y expresan a gritos su desgracia ante aquel hombre, en el que su fe ha intuido un posible salvador: ‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’ (v. 13). Están enfermos y buscan a alguien que los cure. Jesús les responde y les indica que vayan a presentarse a los sacerdotes que, según la Ley, tenían la misión de constatar una eventual curación.
De este modo, no se limita a hacer una promesa, sino que pone a prueba su fe. De hecho, en ese momento ninguno de los diez ha sido curado todavía. Recobran la salud mientras van de camino, después de haber obedecido a la palabra de Jesús. Llenos de alegría, se presentan a los sacerdotes, y luego cada uno se irá por su propio camino, olvidándose del Donador, es decir, del Padre, que los ha curado a través de Jesús, su Hijo hecho hombre.
Solo uno es la excepción: un samaritano, un extranjero que vive en las fronteras del pueblo elegido, casi un pagano. Este hombre no se conforma con haber obtenido la salud a través de propia fe, sino que hace que su curación sea plena, regresando para manifestar su gratitud por el don recibido, reconociendo que Jesús es el verdadero sacerdote que, después de haberlo levantado y salvado, puede ponerlo en camino y recibirlo entre sus discípulos.
¡Qué importante es saber agradecer, saber alabar por todo lo que el Señor hace en nuestro favor! Nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir gracias? ¿Cuántas veces nos decimos gracias en familia, en la comunidad, en la iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos acompaña en la vida?
Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias. Por eso Jesús remarca con fuerza la negligencia de los nueve leprosos desagradecidos. Aferrémonos fuertemente a esta fe sencilla de la Santa Madre de Dios; pidámosle que nos enseñe a regresar siempre a Jesús y a darle gracias por los innumerables beneficios de su misericordia.
(De la serie Hablar con Dios, Tomo V, Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario por Francisco Fernández Carvajal y https://es.aleteia.org).