12 jul. 2025

Solo un momento

Carolina Cuenca

“Cuál es la hora exacta en que tengo que partir. Cuántas son las señales que tengo que seguir. Si siempre viajé solo. Y siempre vos fuiste mi faro en la ciudad. Es solo un momento. Es una mirada y saber. Cuál es el camino. Y así nada más. Es una mirada hacia atrás. Yo quiero saber mi amor. Si al llegar. Vas a estar allí...”, dice la letra de una conocida canción popularizada por el cantante Vicentico.

Y creo que tiene relación con las tristes noticias que recibimos en estos días sobre personas que deciden acabar con su vida. Como adultos deberíamos reflexionar sobre qué mensajes enviamos a nuestros chicos al respecto y no quedar indiferentes.

Estas situaciones conllevan un dolor, muchas veces una impaciencia, pero sobre todo desesperanza. La realidad deja de ser para muchos un espacio de realización, de proyectos, de luchas con sentido de bien.

Es evidente que el instinto de conservación que tenemos los seres humanos es tan fuerte que ha sido el primer derecho reconocido como universalmente válido, el derecho a vivir.

Pero qué ocurre cuando el piso de las consistencias, de las certezas, por pequeñas que sean, se desequilibra, se tambalea o, peor aún, no resiste y se quiebra... Nadie está exento de pasar por estas situaciones límite...

Como las pinturas de Caravaggio, la vida real tiene luces bellas justamente en medio de la oscuridad. Pero ¿cómo introducir a los nuestros en la realidad? Muchos padres creen que la prevención pasa por la evasión, por sacar a los chicos del foco de los problemas con la ilusión de que así no sufrirán.

Pero, ¿qué pasa con el umbral de tolerancia al dolor que debemos desarrollar para sobrevivir en este mundo? Es más bajo en aquellos que nunca han enfrentado límites, desafíos, penas, reveses y que no tienen señales claras en el camino porque no tienen guías que se las muestren...

Incluso visto desde esta arista no hay que confundir educación sin violencia con una educación fuera de la realidad, tan aparentemente perfecta que se vuelva falsa. No es falsificando la realidad, sino apreciándola en todos su factores como podremos prevenir lo más posible esas malas decisiones que, al final, son muy personales.

Volviendo a la letra de la canción citada, es notable que el faro que guía la vida siempre es un alguien con quien compartir. Necesitamos una compañía hacia el destino, decía un famoso educador milanés.

Por eso urge recomponer el tejido más frágil, pero más importante de la sociedad: nuestra familia. Una que acoja y sea acogida con sus límites, una que viva sin complejos su identidad natural en un mundo que culturalmente la ningunea, pero a la vez desespera por su ausencia. No es coherencia perfecta lo que falta, sino sentido de realidad en una comunidad donde el otro es un bien.