Trece años de su vida pasó Héctor Fabián Rivas Román tras las rejas, condenado por un crimen que asegura no haber cometido.
Hoy, luego de haber conseguido la libertad condicional, reconoce que sobrevivió a un auténtico infierno en dos de sus sucursales: la cárcel de Tacumbú y el penal de Misiones.
Actualmente, fue beneficiado con la libertad condicional y busca ganarse la vida como fotógrafo.
Gracias a una beca, realizó un curso en la Michigan State University, de Estados Unidos, quienes se interesaron por sus ganas de superarse y conseguir la ansiada reinserción social.
Este camino de volver a sentirse un ciudadano útil recién está empezando, pero asegura que se puede llegar.
Héctor lleva varias cicatrices en el cuerpo, de las puñaladas recibidas en grescas (una incluso casi le cuesta la vida), y también lleva heridas en el alma, de las noches de frío en la celda de castigo conocida como Alcatraz, donde, en las noches de lluvia, aprendió a dormir parado para protegerse de alacranes y otras alimañas.
Estando en la celda de castigo recurría al ingenio para que el guardia le conceda permiso para ir a la escuela, dominado por un insaciable deseo de conocer. “Gritaba, golpeaba la reja de la celda y hacía cualquier cosa para llamar la atención e ir a estudiar”, recuerda.
Rivas siempre se sintió marginado por la sociedad, ya que desde muy joven tuvo que resignar sus estudios para ganarse la vida vendiendo en la calle, por lo que el lápiz y el papel fueron postergados. “Yo había entrado a la cárcel en el 2008 y tenía terminado el quinto grado de la escuela; tuve que abandonar los estudios porque crecí en la calle, pero siempre tuve la curiosidad por aprender”, dice el hombre, que hoy asegura orgulloso que pudo recibirse de bachiller e incluso realizar hasta el tercer año de la carrera de Sicología, estando en prisión.
Tenía 20 años cuando ingresó a la cárcel y sin querer, en ese lugar pudo acceder a libros de los que se había privado en su juventud. “Siempre me interesó conocer la naturaleza humana: de dónde vengo y a dónde voy. Quién soy y qué hago acá. Por eso me gusta mucho leer”, revela y agrega que en sus lecturas en prisión se deleitaba con relatos de la guerra de Cartago contra Roma; las hazañas de Ulises en Troya y los más de 15 mil versos de la Iliada, de Homero.
VOLUNTAD. Para Héctor, la reinserción no es un sueño imposible ni una hazaña improbable como la de los personajes épicos de sus lecturas, pero reconoce que es algo sacrificado.
“Yo descubrí en la cárcel que del hombre más cruel y violento también pueden salir cosas buenas”, reflexiona para luego agregar: “Pero la persona interesada en reinsertarse debe poner de su parte”.
Según su experiencia, la rehabilitación se da con el 80% de voluntad del afectado y el 20% de apoyo del Estado u otras instituciones que buscan brindar la ayuda necesaria.
Justicia restitutiva
Héctor pasó los últimos años de prisión en un régimen de semilibertad en la granja de la Penitenciaría La Esperanza. En ese tiempo conoció a los referentes de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Privadas de Libertad, que lo están apoyando para que se forje un oficio y así evitar que pueda reincidir y por ello volver a prisión. Esta realiza charlas y otros eventos en los que son invitados jueces, abogados y otros actores de Justicia para buscar crear conciencia acerca de la importancia de la justicia restitutiva.