Sucede que Brítez, electo por la lista Cruzada Nacional, ya agotó casi todos los trucos para llamar la atención de la prensa y obtener unos minutos de pantalla.
El hombre ya ensayó sacarse la camisa en una sesión plenaria de la Cámara Baja para denunciar los efectos de la cuarentena en el comercio de Ciudad del Este; ya intentó subir a las redes sociales una foto en ropa interior ofreciéndola a cambio de una olla popular, sin contar un video casero en el que se lo observa arrastrándose en el piso mientras vocifera palabras ininteligibles o aquella vez que llevó un viejo y colorinche megáfono a una sesión.
Cada uno de esos episodios le dio un efímero protagonismo mediático, pero a costa de la corrosión de su credibilidad.
Entiendo que el diputado Jorge Brítez necesite recursos cada vez más originales para lograr figuración, pero creo que ahora se le fue la mano. Si no fuera porque tiene fueros, debería ser procesado por la irresponsabilidad criminal de alentar conductas que van en contra de la evidencia científica y el sentido común. Él es un representante del pueblo y, por ese simple motivo, miles de personas creen en la seriedad de sus argumentos. Lo suyo es una burla cruel hacia los familiares de fallecidos por Covid-19 y una falta de respeto al personal de blanco que llora la muerte de muchos compañeros en los hospitales.
Sacarse fotos con un cartel que insta a no usar tapabocas en el peor momento de la pandemia es una idea tan idiota que logró sacar de sus casillas al habitualmente impertérrito ministro de Salud. “No está a la altura del pueblo que lo votó”, exclamó un hastiado Mazzoleni. Y esa frase me plantea conflictos.
Es que si el señor Brítez no fuera así, algo excéntrico y desmedido, probablemente no hubiera sido electo para el cargo. Convengamos que en elecciones aceptablemente limpias fue votado por un electorado al que parece caerle bien los políticos de este perfil. Este rasgo del Alto Paraná es llamativo.
Brítez fue el candidato regional del movimiento del siempre excedido –aunque grite verdades– Payo Cubas, quien, a su vez, era apoyado por personajes tan resbalosos como Mbururú y Kelembu.
La política paraguaya suele albergar protagonistas pintorescos que, montados en una cierta fama previa, se lanzan a la política. Esto ocurre en todo el mundo, pero especialmente en Alto Paraná. Hace años, el electorado colorado envió al Parlamento –inicialmente como diputado suplente– a Javier Zacarías Irún, quien consolidó un clan familiar que manejaría el departamento por dos décadas. Luego llegaron otros, con sospechosa cercanía al narcotráfico. Los liberales nos mandaron a Carlos Portillo y a Zulma Gómez, quienes –entre escándalo y escándalo– dirigirían las carpas azules hasta nuestros días.
La tradición viene de lejos. Algunos recordarán a los diputados liberales sombrerito del Alto Paraná. Se vestían con unos atuendos ridículos del siglo XIX y nunca aportaron nada relevante en su función de parlamentarios. Pero se las arreglaron para ser noticia.
Uno de ellos, Waldemar Zárate, se desnudó en plena sesión hasta quedar en calzoncillos. Nadie recuerda hoy el motivo de ese acto desesperado. El otro, Dionisio Chilavert, terminó condenado a diez años de prisión por un homicidio.
Que el señor Brítez sea diputado solo corrobora que no se trata de un vicio de los partidos tradicionales. Esta apestosa tendencia a darles el voto a los menos confiables, se rompió por primera vez con la victoria de Miguel Prieto en Ciudad del Este. Está por verse si el cambio resiste a la costumbre. Debería ser así. De lo contrario habrá que admitir que el pueblo que lo eligió, está a la misma altura que Jorge Brítez.