29 mar. 2024

Sin concordia, el Paraguay soñado es imposible

La semana pasada, por las redes sociales y en algunos medios de comunicación, recibí varias críticas muy ofensivas, por mis opiniones personales sobre el acta bilateral de Itaipú.

Soy un convencido de que el debate de ideas y de propuestas es fundamental para el fortalecimiento de la democracia, pero la agresión a las personas con las que discrepamos, realizadas por medio de un lenguaje soez, grosero e insultante, solamente la debilita.

Este tipo de lenguaje –que incita a la lucha y al enfrentamiento– hoy está de moda en las redes sociales y tiene amplios espacios en los medios de comunicación, llevando a la sociedad en su conjunto a una creciente crispación y polarización.

Como dice el escritor Mario Vargas Llosa, asistimos a la “civilización del espectáculo”, donde los programas “deben ofrecer novedades y distraer a un público lo más amplio posible y el único objetivo es que la sociedad se divierta y tenga placer”.

En esta “civilización del espectáculo”, la palabra serena y la reflexión profunda interesan a muy poca gente y, consecuentemente, tienen un ráting muy bajo.

Sin embargo, las palabras groseras y agresivas, las descalificaciones y los ataques personales pareciera que son del interés de la mayoría y, consecuentemente, tienen los rátings más altos.

Esto es muy preocupante, porque si coincidimos en que la calidad de la convivencia en una sociedad es igual a la calidad de sus conversaciones, ¿qué sociedad estamos construyendo, al incentivar la palabra agresiva y descalificadora?

Así como tener buenos ladrillos es fundamental para construir un edificio sólido, el elemento fundamental para construir una sociedad más armónica es el cuidado en el uso de las palabras.

El filósofo chileno Rafael Echeverría dice que “la palabra no solamente describe la realidad, sino que también crea la realidad”.

Una palabra afectuosa puede crear una relación amistosa y constructiva, mientras que una palabra ofensiva puede crear odios y conflictos.

Por eso, si en el futuro queremos tener un Paraguay diferente y desarrollado, el primer paso debe ser cambiar nuestras actuales conversaciones, para instalar la concordia en nuestro país.

La palabra con-cordia, viene del latín cordis, que significa corazón y el prefijo con-, que significa conjuntamente. Es decir, con-cordia significa tener los corazones juntos, tener un sentimiento de afecto, de comprensión, de compasión hacia el otro.

Solamente por medio de la concordia podremos construir el Paraguay que queremos, donde sea posible trabajar y progresar en paz.

La concordia consiste en ese reconocimiento que debemos tener los ciudadanos de que por encima de nuestras diferencias, todos vivimos en una misma casa, todos queremos erradicar la pobreza y todos queremos educación, salud y un trabajo digno.

Pero el ambiente propicio para que eso sea posible, solamente se crea usando un lenguaje que estimule la concordia, desde el presidente de la República hasta el último líder político, tanto del oficialismo como de la oposición.

Necesitamos ese mismo tipo de lenguaje en los medios de comunicación y en las redes sociales, por parte de los periodistas, de los líderes de opinión, de los líderes gremiales o estudiantiles y de la gente en general.

Necesitamos que la sociedad castigue al que utiliza un lenguaje grosero e irrespetuoso. Que lo castigue en las urnas si es un político y que lo castigue a través del ráting si es un periodista.

Recordemos que la concordia solo será posible si aceptamos y respetamos al otro y si desterramos de nuestra comunicación las palabras que agreden, hieren y dividen.

En un mundo actual, de enfrentamientos globales y de crisis regionales, la construcción del Paraguay que soñamos –desarrollado y respetado– solo será posible si entre nosotros reina la concordia.

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