15 dic. 2025

Seguimos atrapados en el 70%

Nuestro país ha dado saltos significativos para afianzar mecanismos más rigurosos y confiables de evaluación de la calidad de la educación, medición hecha en función de los aprendizajes que nuestros estudiantes logran a partir de su paso por el sistema educativo.

Recordemos siempre que la construcción de un sistema educativo es una de las apuestas más importantes de cualquier sociedad para lograr precisamente que los niños, niñas y jóvenes aprendan lo que tienen que aprender. En especial, para a desarrollar todo su potencial como seres humanos, y de esa manera contribuir al desarrollo de la sociedad.

En la última década, nuestro sistema educativo participa de forma sistemática en evaluaciones a nivel nacional, regional y también global, como la prueba PISA. En esta última se evalúa a unos 81 países en su última aplicación del año 2022 y los resultados generales se publicaron recientemente.

No resulta una sorpresa que los resultados de nuestro país hayan sido sumamente negativos. Pues en realidad estamos atrapados en ese promedio aproximado del 70% de aplazados en todas las evaluaciones que se han venido tomando desde hace varios años. Algunas evaluaciones como la SNEPE (nacional) fueron censales y otras como ERCE (regional) y PISA (global) fueron muestrales, pero representativas.

Aplazados significa que ese porcentaje de estudiantes (el vergonzoso 70%) no aprendieron lo básico o mínimo requerido en matemáticas, lectura y ciencias.

En esta última evaluación de PISA, en matemáticas el número es incluso peor, ya que el 85% está en esta categoría de aplazados. En concreto esto significa, por ejemplo, que los jóvenes de 15 años que toman esta prueba no pueden resolver un problema matemático simple como convertir precios a una moneda diferente.

En lectura, se evalúa básicamente la comprensión lectora, algo obviamente elemental para cualquier aprendizaje posterior. En este caso un 66% de nuestros estudiantes no tienen las condiciones mínimas para identificar la idea principal de un texto simple de extensión media ni reflexionar sobre el propósito de este. Algo muy cercano al analfabetismo funcional, es decir, saben leer y escribir, pero no entienden cabalmente lo que leen.

En ciencias, el 71% de nuestros estudiantes no pueden reconocer la explicación correcta de determinados fenómenos científicos familiares y desde ahí sacar conclusiones válidas en base a los datos proporcionados.

En estas tres disciplinas evaluadas prácticamente ningún estudiante paraguayo estuvo en el nivel 5 o 6, los mayores posibles. Los países que obtienen los mejores puntajes a nivel mundial tienen entre el 30% y 40% de sus estudiantes en estos niveles superiores y el promedio de aplazados está entre el 10% y 15%.

Estar en estos niveles superiores de aprendizajes significa, por ejemplo en lectura, que los jóvenes pueden comprender textos extensos, manejar conceptos abstractos y establecer distinciones entre hechos y opiniones. Es decir, cuestiones centrales para una vida productiva en democracia.

Según un análisis hecho por el BID, nuestros estudiantes estarían rezagados unos 7 años en escolaridad con relación al promedio de los países de la OCDE y más de 10 años en relación a los países líderes en términos de los resultados (Singapur, Taiwán, Corea del Sur, Japón).

Mas allá de las lamentaciones propias a partir de estos resultados tan pobres, esto nos debe servir para volver a enfocarnos en lo verdaderamente importante en educación: ¡APRENDIZAJES!

La experiencia de otros países que han logrado mejoras significativas nos muestra que es posible revertir esta situación tan catastrófica. Pero implica una decisión política al más alto nivel y desde la ciudadanía organizada demandar con fuerza trabajar en lo que verdaderamente importa.

Sencillamente, nos jugamos el techo de nuestro desarrollo como país.

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