Las palabras del Señor que se proclaman hoy en el Evangelio nos animan a tener un corazón grande, con sentimientos y reacciones parecidas a las suyas. El camino que Jesús nos propone lleva consigo indicaciones muy concretas para nuestra vida diaria: «Sed misericordiosos…, no juzguéis…, no condenéis…, perdonad…, dad». Es un programa escalonado que tiene como modelo a Dios mismo.
La meta es «entrar en sintonía con este corazón rico en misericordia, que nos pide amar a todos, incluso a los lejanos y a los enemigos, imitando al Padre celestial, que respeta la libertad de cada uno y atrae a todos hacia sí con la fuerza invencible de su fidelidad».
La conciencia viva de nuestros pecados, y de los necesitados que estamos de la paciencia de Dios, abre el camino interior para la compasión con nuestros hermanos. No podemos olvidar que el Señor pone nuestro perdón a los demás como condición para que también a nosotros se nos perdone: «Con la misma medida con que midáis se os medirá».
Cuando alcanzamos esta sabiduría sobrenatural, aprendemos a ver a Cristo en cada persona. Este hecho nos cambia la vida. Por un lado, en los demás descubrimos la presencia de Dios: Le vemos a él en cada persona con la que nos cruzamos o de la que oímos hablar; de algún modo Dios nos cuida a través de quienes tenemos cerca.
«Hermano –escribía un Padre de la Iglesia–, te recomiendo esto: Que la compasión prevalezca siempre en tu balanza, hasta que sientas en ti la compasión que Dios siente por el mundo». Le pedimos a María, Madre de misericordia, el don de confiar siempre en el amor que el Señor tiene con nosotros. Así, nos resultará más sencillo disculpar los errores, así como querer y ayudar a los demás tal como son. La medida del Señor es un amor sin medida que abraza a todos desde la Cruz.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es.)