La palabra suena como africana pero es bien guaraní y quiere decir que tiene cuerda o soga larga. La que permite movimiento hasta donde llegue el alcance de la misma. Así, un preso sãmbuku es aquel estando privado de su libertad sin embargo puede salir de la cárcel para eventos sociales o asaltos ocasionales.
Salen y regresan... ¡a veces, o acaban siendo descubiertos para que las mismas autoridades judiciales allanen la prisión para detenerlo! Esto parece sacado de un libro del absurdo de Kafka, quien afortunadamente nació en Praga o no entre nosotros porque hubiera sido cronista de televisión de sucesos policiales.
Pasó la semana pasada en el Alto Paraná con uno de los tantos sãmbuku que tenemos en nuestros cárceles abarrotadas por presos sin condena y por lo tanto asumiendo casi todos su presunta inocencia. Salir, entrar, asaltar o farrear, todo cabe en ese limbo en el que viven.
Si analizáramos más profundamente diríamos que en este país todos estamos en libertad condicional o somos presos sãmbuku y que las 60.000 órdenes de capturas no ejecutadas solo pasan porque no saben dónde meterlos a todos si aplicaran la ley. De paso sirve para la gran industria de la impunidad que aceita toda la estructura policial y judicial de este país. Los que están adentro pueden pasar años sin que sean condenados y aquellos con arraigo pueden comprar las celdas vip que todos saben que existen, pero que simulan su realidad cada vez que salta un escándalo.
Las comunicaciones desde la penitenciaría para aprietes son parte del desarrollo de una industria criminal y son constantes que parecen haber desarrollado un call center altamente productivo para sus operadores. La cantidad de estoques, armas, drogas y tráfico de influencias hacen que nuestras cárceles sean un modelo digno de analizar para unos cuantos libros sobre el tema.
Con todo esto no es raro que la propia ministra de prisiones, mal llamada de Justicia, haya puesto en su declaración jurada sus gastos mensuales con un siquiatra. Es absolutamente natural a la condición en la que se encuentra la pobre, nuestras penitenciarías y sus internos.
Somos en realidad todos presos de alguna manera. En lo político de una mediocridad y corrupción rampante que reconoce robar un 14% del presupuesto sin generar una mínima reacción. Somos prisioneros de nuestra ignorancia, que sigue pagando consultorías costosas para decirnos que nuestros alumnos de sexto grado no saben leer ni escribir y que sus padres están muy contentos con eso. Presos de una imposible incapacidad de resolver el problema de la tierra en uno de los países menos densamente poblados del mundo e incapaces de sustituir al petróleo por la hidroenergía de forma masiva y general. Los importadores de autos eléctricos pagan solicitadas en los periódicos para que no les saquen los incentivos a la importación mientras una empresa de renta de autos en aeropuertos americanos acaba de anunciar la compra de un millón de coches eléctricos de la marca Tesla.
Somos presos sãmbuku de la ignorancia, la corrupción, la mediocridad entretenidos en cuestiones absurdas con una agenda desarrollada por políticos mediocres que son payasos de un circo pobre y decadente. Nadie analiza las políticas que requiere un país que está quemando todo su bono demográfico mientras la Corte afirma que uno se jubila cuando quiere sin importar que toda una generación en el camino haya perdido el tren de las oportunidades. Eso finalmente no importa a nadie. Son como los padres que aplauden y son felices con sus hijos que no saben leer ni escribir.
Es hora que allanen (tomen, capturen, intervengan) nuestra realidad los que saben. Los mediocres consiguen reinar haciendo de Kafka un pobre escritor del absurdo superado por la cuerda larga de nuestra prisión de la ignorancia.