20 abr. 2024

¿Salud o economía?: Inaceptable poner precio a cada vida humana

Aceptar que existe una contradicción entre salud y economía cuando se hace referencia al distanciamiento social originado con la pandemia revela un problema moral, ya que se le pone un precio a cada vida humana, y la vida no tiene precio. El problema que estamos enfrentando es el resultado de un sistema de salud casi inexistente que venía siendo reclamado por la ciudadanía, pero sin ser escuchada por quienes tienen capacidad de decisión o de influencia en las políticas públicas. Ojalá aprendamos de esta crisis que la vida siempre debería estar primero, tanto en tiempos normales como de pandemia, y cuando esta se acabe, también terminemos con un sistema de salud que funcione para todos.

Aun cuando se asuma que hay un dilema entre morir por el virus o morir de hambre, tal como lo señalan algunos, detrás de esta disyuntiva se encuentra la creencia de que el sacrificio de vidas es necesario para salvar la economía.

La pregunta en Paraguay es qué economía se salva.

De hecho, en los últimos años, el aumento del producto interno bruto en Paraguay ha sido superior a la tasa de fecundidad, lo cual implica que el país produjo más que lo que se requería para garantizar los bienes y servicios necesarios para una población en aumento.

A pesar de este escenario positivo, la mayor parte de los indicadores laborales, incluyendo los ingresos, mostraron estancamiento en el mejor de los casos, mientras que en otros se vieron retrocesos. Esto hizo que la reducción de la pobreza y la desigualdad económica se estancara.

Paraguay debe crecer a tasas relativamente altas, más del 5%, para que podamos ver efectos relevantes en el empleo y los ingresos de la población trabajadora. En este contexto, el costo de mantener la actividad económica en un contexto de riesgo de pandemia puede ser muy alto en vidas humanos frente a los beneficios que genera en términos de empleo e ingresos.

Dados los altos niveles de desigualdad, la distribución de la tasa de mortalidad será asimétrica, afectando desproporcionadamente a los sectores de menores ingresos cuyas ocupaciones requieren altos niveles de contacto o no permiten teletrabajo.

Desde la lógica economicista de quienes anteponen el desempeño económico frente a la posibilidad de un contagio masivo y, por ende, de una gran cantidad de muertes, el costo de flexibilizar el confinamiento no será equitativamente distribuido.

Si además consideramos que el sistema de salud y la precaria situación de las viviendas de una parte importante de la sociedad no permitirán la atención sanitaria o el aislamiento de personas en grupos de riesgo, lo que en realidad se asume es que hay vidas que no importan que se pierdan.

Paraguay está pagando muy alto el precio de no contar con un sistema de salud fortalecido.

Gran parte de la ciudadanía, la que depende de la sanidad pública, venía reclamando desde hace años una política sanitaria de calidad; sin embargo, ni políticos, ni autoridades ni los sectores de mayores ingresos se preocuparon por atender esta demanda.

Estos sectores solucionan sus problemas de salud de diferentes maneras. Unos contratando seguros vip financiados con impuestos de quienes probablemente sufren la ineficacia de la salud pública, otros comprando seguros privados y los de mayor capacidad adquisitiva manteniendo ahorros suficientes para viajar al exterior cuando sea necesaria una atención especializada.

La gestión de la pandemia debe continuar poniendo la vida en primer lugar.

Esperemos que las autoridades sanitarias continúen con el esfuerzo de fortalecer la atención a la salud y protegiendo a las personas y, ante cualquier retroceso en el control del contagio, prime el interés general.

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