A comienzos del siglo pasado, cuando nacía la era industrial se percibía que el motor de esta no sería el automóvil, sino la ambición innata del ser humano de desarrollar sus potenciales que se inician con sus necesidades básicas de sustento, y van creciendo acordes a cada persona. Basados en nuestra unicidad delineamos el significado personal de qué es riqueza, y cuáles son mis límites éticos para obtenerla.
De esa época al presente, hay muchas lecciones. Una de ellas es que el dinero o la opulencia no garantizan felicidad aparejada, y hasta casi van por caminos opuestos. Otra es que los negocios han creado una voracidad del siempre más y más, crecer sin límites es la consigna basada en muy poca claridad entre lo correcto y suficiente para aventajar a mis competidores si de comercio se tratara.
Miremos la FIFA, supondríamos que sus autoridades naturales ocuparían esos puestos para servir al fútbol con sus funciones, ya que la riqueza de lo que invoca en sí como deporte garantizaba la riqueza del mismo. No era así, y sabemos ahora cuál fue la verdad desde Havelange hasta nuestros días. Se dirime hoy en tribunales americanos con letras de negro luto, los últimos capítulos sobre la corrupción y despropósito de los dirigentes sudamericanos involucrados.
La Conmebol respondía al mismo esquema de su pares mundiales de la FIFA en la prestigiosa Suiza. Nuestro compatriota Juan Ángel Napout sufre hoy una condena, suponemos responde a los ojos de esos tribunales por presidir una mesa de tristes dirigentes. Además, la matriz del fútbol de ese país ha sabido convencer al Gobierno americano que era bueno para todo el país del norte descabezar a la FIFA, a fin de establecer un nuevo gobierno con estándares éticos deportivos y mejores negocios para ese mercado creciente en el fútbol.
¿Y cómo andaremos por casa? Porque entre la Conmebol y las oficinas de la APF hay no más de 10 km. Los que amamos el fútbol nos preguntamos, ¿cómo el gobierno anterior (y veremos si el actual ) no propuso una auditoría y refrenda sus resultados al pueblo paraguayo a quien pertenece la casaca nacional que es de todos los paraguayos. Nada casi nos escandaliza. Los derechos televisivos de los torneos derivan de su valor país. Si el gobierno por no ser su principal problema no lo hace, la APF debería realizar un corte público entre quienes se beneficiaron del fútbol y los que se rehusaron a ello. ¿Es que no hubo nadie hasta hoy en día que haya dicho yo no participé de eso? ¡Por favor, dígannos quién es quién! Los ajustes de los contratos televisivos locales, recientemente festejados como logros de esta nueva administración, deberían venir con los nombres de los que firmaron los contratos previos con pingües coimas personales. ¿Es que nunca vamos a señalar a los corruptos y distinguir a los honestos?
El fútbol clama por dirigentes probos. Son los disfrazados de mecenas los que le hacen daño al deporte. “Servir o ser servido, no hay intermedio”. Por ello, el fútbol en economías desarrolladas es de empresas donde manda el lucro. Nadie esconde el sentido de lucro y nadie pondría al frente de su empresa a quien no promete ganancias. Los administradores del fútbol moderno son profesionales de la administración. En nuestro país estamos matando al fútbol con la proliferación de clubes que responden a familias o empresarios de fuertes grupos empresariales. Para estos, la comunidad a quien arrebatan por décadas los designios de sus colores, no tienen ni voz ni voto en la dirección del club. En el club Libertad nada se mueve sin el ok de Cartes desde hace muchos años. Y así otros tantos clubes. Imagino la desolación de esas ridículas asambleas anuales.
Trabajemos cada uno en su ámbito deportivo en cambiar los procederes pasados, pues de necios sería esperar resultados diferentes.