Estamos aislados y confinados en nuestras casas esperando que se “aplane” la curva de propagación. Esperamos lo mejor pero no tenemos ninguna certeza que pueda ocurrir.
Cuando era un asunto chino no importaba mucho. Estaba muy lejos de nosotros. Cuando desembarcó en Europa y arrasó con Italia solo era cuestión de esperar el desembargo de un virus cuya propagación veloz es todavía un misterio científico. Cuando los españoles creyeron que era una invitación a las playas hace una semana ahora ya superan los mil muertos y van por más.
La adusta y seria Alemania a través de su canciller Angela Merkel -doctora en química cuántica- con 15 años en el poder dijo que lo que se viene es peor que la Segunda Guerra Mundial ahí algunos pararon el oído. Fue tarde para Francia y los irresponsables jefes de gobierno de Gran Bretaña, EEUU y Brasil se enteraron con espanto y asombro hace un par de días. Las bolsas les recordaron el mensaje de la economía y la paranoica compra de papel higiénico en los supermercados americanos era en si toda una metáfora de la realidad.
Estamos en cuarentena, en guerra contra algo que no sabemos cómo opera pero si hemos visto que mata. Es la primera vez que esto acontece en los últimos cien años.
La gripe española fue en 1918 y se llevó 40 millones de seres humanos. Fue global como este cuyas víctimas aun están lejos de esos números. No estamos seguros de estar mejor preparados. La falta de liderazgos que cooperen en vez de segregar nos impide unir la fuerza e inteligencia de los mejores laboratorios del mundo. Occidente ha sido siempre la vanguardia pero la capacidad de los orientales, India y Rusia podrían hacer la gran diferencia entre la vida y la muerte en estos momentos. EEUU, con un presidente absolutamente poco empático, pudo haber desarrollado una mayor capacidad si hubiera invertido menos en armas y mas en investigación científica orientada hacia el combate a las enfermedades. No lo hizo y hoy teme asaltos, robos, muertes y caos en sus calles.
Nosotros estamos desnudos ante esta tragedia. Nos salva nuestra juventud, aislamiento y genética de sobrevivencia.
Después de lo que nos pasó hace 150 años nada parece tan trágico. Somos adolescentemente irresponsables. Creemos que la suerte no nos abandonará pero después de todo esto y ver lo que queda del país que conocimos debemos resetear (recomenzar, reiniciar) por completo.
Esta realidad exhibe la codicia impúdica, la inequidad, la pobreza, la pusilanimidad y el egoísmo de un pequeño sector social capaz de empobrecer a millones hasta volverlos mendigos.
El Estado tiene que reformularse por completo. Los partidos transformarse o perecer. Los salarios del sector público recortados, los micro y pequeños empresarios que hacen el 90% de la economía nacional privilegiados por sobre cualquier otro sector y por sobre todo reducir la vergonzosa inequidad en la que vivimos.
Ahora nos queda sobrevivir pero después la vida no puede seguir siendo igual. Esta pandemia nos obligará a cambiar. Las prioridades del ciudadano deben estan por encima de partidos e instituciones montadas para vivir en este precariato vergonzoso que es insostenible. Requerirá sacrificios, esfuerzos y coraje, lo mismo que hoy estamos dando para evitar que la parca acabe llevando a muchos como ya lo hizo el dengue superando los 50 muertos. “Reseteemos” el Paraguay. Apostemos a la vida.