23 abr. 2024

Réquiem del Chaco

Esta obra del escritor Javier Viveros fue finalista del Premio Municipal de Literatura 2020. El autor es miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.

  • Víctor Casartelli
  • Poeta

Azuzados por las densas circunstancias de la historia patria, muchos narradores se han afanado en erigir sus obras sobre tal tramado, rebosante de sucesos bélicos, conformando así lo que se conoce como novela histórica, por una parte, y por la otra como historia novelada. Y acaso sin buscar atenerse a definición alguna, Javier Viveros se propuso escribir la novela Réquiem del Chaco que, como el sitio geográfico señala, se desarrolla casi enteramente en tramos de los sucesos de la gran guerra que ocurrió allí, donde la condición humana se vio sometida a las presiones propias del evento, tales como el coraje y la cobardía, la misericordia y la crueldad y, como colofón de las diversas conductas humanas, el anonimato despiadado en que cayeron y fueron sepultados numerosos combatientes de ambos bandos.

Sin embargo, toda la tensión emocional que genera en los protagonistas un conflicto armado es resuelta por Viveros con un estilo en el que las apreciaciones y estímulos exteriores forman una suerte de tapiz superficial, donde se cruzan caminos de otras realidades más hondas. Hay en su estilo una plenitud de medida en direcciones delimitadas por su notable comprensión de la estructura novelística, virtud atenida al primer determinante estético que es la apreciación personal. Porque no todos sentimos la belleza y el horror de la misma manera, pues el estado de ánimo del escritor influye en la valoración de las diferentes aristas de los sucesos. Así, Viveros nos lleva de la mano a recorrer momentos diáfanos en los cuales puede parecernos que todo es claridad, e instantes grises en los que la lectura detenida nos devuelve un panorama de siniestros planos.

Desde el comienzo de esta obra, el autor ha recurrido a la veracidad de la historia, suerte de introito que nos revela la acuciosa tarea que llevó a cabo para extraer de ella los personajes, con nombre y apellido, que fueron protagonistas, a su modo, de la magna gesta de la Guerra del Chaco. Es así como desde las primeras páginas desfila un médico argentino que se alistó como voluntario en nuestro Ejército, quien decidió abandonar todo en su país para colaborar con la causa paraguaya. Este se convierte en el personaje axial de la novela, y a través de su presencia en los frentes aparecen algunos de los más encumbrados jefes y otros oficiales a quienes Viveros les da vida a través de las conversaciones del extranjero con ellos, diálogos fabulados por el escritor con perfecta sincronización de las respuestas y los giros idiomáticos de cada quien, presentándonos a los mismos con sus debilidades y fortalezas, con sus miserias y sus grandezas. No faltan los suboficiales y los soldados rasos, por cuyo intermedio la prosa de este autor nos presenta el atavismo cultural de nuestro pueblo, rescatando así la decisiva influencia de la lengua guaraní como agente de comunicación insustituible para la consecución de los propósitos alentados.

Es que el autor posee fisonomía propia, sin duda alguna, la que amolda con arreglo a ella la estética de su prosa; es decir la suma de procedimientos que juzga más adecuada para expresar la realidad tal y como lo ha percibido a través de la vivisección que ha hecho de ese tramo de nuestra historia, hurgando en ella con la firme convicción de poder recrear, con la mayor aproximación posible, el carácter de los protagonistas. De todos modos, no ha dudado en incluir en algún pasaje el encono de un jefe hacia el comandante del Ejército en Campaña, rencor que hace posible entender mejor los rumores que han circulado en ese sentido y que más de un partícipe de la guerra, venido a historiador, ha referido con la refinada sutileza debida al famoso “espíritu de cuerpo” que animan los integrantes de las fuerzas armadas de todo el mundo.

Con todo, cuando la imaginación de este autor interviene con su poder creador, abrillanta lo que describe, hace que tenga lugar una figura de su pensamiento: Aparecen así la topografía del escenario; la cronología de los hechos; la prosopografía o las cualidades físicas de los personajes, y la etopeya que utiliza para describir sus cualidades morales. Con frases cortas, Viveros nos regala también metáforas de vuelo poético, las que contribuyen a que algunos párrafos evadan por momentos el horror circundante y su estela de dolor, sufrimiento y borbotones de sangre. Es así como inicia un párrafo pletórico de pulso poético:

Se alzó la luna y entibió los ánimos. Al filo de la lúgubre medianoche el cinturón tachonado de la Vía Láctea semejaba un ojo que había optado por correr sus párpados para sustraerse a la contemplación del horror. A pesar de todo, amaneció otra vez. Así lo anunciaban el indiferente piar de las aves y los efluvios anaranjados. Caían los rayos solares sobre las últimas hilachas de noche y emergía el paisaje como una fotografía que se mostraba lentamente durante el proceso de revelado.

Leer este Réquiem nos asombra por su pátina de epopeya, acaso la que solemos hallar solo en las emblemáticas novelas históricas de todos los tiempos. Sus líneas nos conducen a recorrer las trincheras de la desesperación y de la muerte, como si nos llevara de la mano para hollar, asombrados, sus tramos repletos de dolor y de espanto, todo sin que el autor haya sucumbido jamás a las hipérboles gratuitas. Lo hace con una prosa precisa y contundente, con un estilo muy personal y ajeno a todo tratamiento que pudiera devenir en reflejo de un autor determinado o de la infinidad de otros creadores.

La prosa que hallamos en esta obra puede inducirnos, si no obligarnos, a la relectura de otras historias noveladas. Porque lo que hace Viveros no es más que utilizar su portentosa imaginación para darle el matiz de novela a la historia verdadera, a los tramos bien definidos de ella, de modo tal que transporta al lector, en tiempo y espacio, a los sitios de los acontecimientos y le acerca a los sismos emocionales de los protagonistas, todos ellos sujetos a las innumerables vicisitudes de la condición humana.

Esta novela es relativamente corta. Sin embargo, su extensión no voluminosa no es óbice para conformar un cuerpo sólido, sin retóricas impostadas, lo cual nos indica que Javier Viveros ha logrado una síntesis magistral de su propósito, fijando paso a paso el dramático desarrollo de la contienda y el brumoso destino de los personajes atrapados en ella. Se trata, en consecuencia, de una novela de impecable pulsión de estilo y aguda percepción histórica, lo que la convierte en una fuente inagotable en la que podrán beber quienes se afanan o se abocarán a esta difícil disciplina de la literatura.

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