17 jun. 2025

Reos destacan trato humanitario que reciben en la moderna penitenciaría

Un grupo de internos pasean y hablan entre sí en el pasillo de uno de los pabellones del penal Padre Juan Antonio de la Vega, cuando en un momento se escucha una orden que sale de Hugo Zarza, el director del penal: “A sus celdas por favor”, gritó y segundos después de terminar la frase, el pasillo del pabellón quedó vacío y cada uno de los internos ingresó a su celda.

Tereré.  Jorge Coronel (primero de la derecha) comparte con sus compañeros de celda.

Tereré. Jorge Coronel (primero de la derecha) comparte con sus compañeros de celda.

“Tienen 30 segundos para entrar en sus celdas cuando se hace un recorrido”, cuenta el director que mientras saluda a cada uno de los presos y llamándolos por sus respectivos nombres. Los reos se dirigen a él con respeto y varios de ellos le piden hablar personalmente sobre su proceso. “Acá todo el que viene se tiene que sentir seguro. Ya sea que venga por la visita a algún familiar o por otras circunstancias; tiene que sentirse tranquilo y que nadie le va a hacer nada”, explica Zarza que recorre sudoroso con un walkie talkie en la mano derecha con el que se comunica con el resto de los personales de seguridad.

Comodidades básicas. El director pasó una a una en las celdas, para mostrar las instalaciones. “Estas son las pequeñas comodidades que tienen. Nada de lujo”, explica al abrir la puerta de hierro de una de las piezas que tiene cuatro camas hechas de hormigón distribuidas en los dos costados; un sanitario y un pequeño lavatorio. Allí se encontraba Jorge Coronel, charlando con otros dos compañeros. Llegó hace ocho meses al penal; al igual que la mayoría de los internos, también estuvo en el pasillo de Tacumbú.

“Lo más jodido en el pasillo era cuando llovía, porque te enfriabas todo. Dormíamos en el piso sin un techo”, comenta Jorge que ahora puede compartir una ronda de tereré con sus compañeros sin tener que cuidarse de ser asaltado o herido como le pasaba antes. “Ocho meses estuve en Tacumbú y te puedo decir que dormía con un ojo abierto y otro cerrado”, explica. Sus otros dos compañeros son de pocas palabras y solo atinaron a decir que se sentían a gusto en su nuevo lugar de reclusión.

En las demás celdas se ve cómo los internos se entretienen haciendo réplicas de aves y otros objetos de adorno, utilizando papel reciclado. Este oficio es el más empleado por los internos, ya que los trabajos se pueden hacer en la propia celda. Los internos tienen prohibido arrojar basura en los pasillos y en la propia celda, así como pegar pósteres u otros objetos en las paredes.

Comida caliente Juan Sebastián Benítez, que se encontraba en plena tarea baldeando el piso de su celda, también accedió a hablar con el equipo de ÚH que visitó el penal. Contó que cuando le avisaron que tenía que ser trasladado a Emboscada, no le gustó la idea, aunque ahora, después de unos pocos meses ya está notando la diferencia. Al consultarle de lo que más valora en su nuevo lugar de reclusión, Benítez no dudó y aseguró que en Emboscada le sirven la comida caliente y a hora. “No puedo decir que en Tacumbú no comía; siempre se comía, pero mal. Acá nos sirven desayuno, la tortilla a media mañana almuerzo y cena. Ya subí 12 kilos desde que estoy acá”, indicó.