Martín Moreno Giménez
Siquiatra, escritor
Una de las maneras de reconocer las redes es comprenderlas cuando son convocadas. Están allí. Eternas, milenarias, ancestrales. Un cotidiano las hace, una rutina las alimenta. Los ritos la fortalecen. La necesidad la hace emerger, tanto en la alegría, como en la perdida.
Sí, como eso que da sentido, a lo sucedido, que ayuda a creer y cuestionar o creer en los mitos, que enmascaran nuestras contradicciones. Así se mantienen, para cuando se las necesite.
Tensas algunas, vaya a saber por qué crisis, laxas otras, meciéndose en el cotidiano de una vecindad. Así dormidas, despiertas. Ruidosas, silenciosas. Limpias, sucias. Conocidas, misteriosas.
Existen y se dan fe, en la acción, en la reflexión, en las propuestas.
Hasta hoy cierta ropa, colgada en el ropero, me da mala espina, como que están impregnadas de humo. En las noches los sonidos estridentes de las sirenas, no solo me despiertan del sueño, sino los recuerdos de cuando estas, cada tanto irrumpían los silencios de los muertos velados, por su gente y los vecinos.
Me pregunto cuánta de muerte, quedó en cada uno de nosotros, para no indignarnos y olvidarnos de tamaña injusticia.
Gente buscando a su gente. Irrumpiendo calles, escudriñándola para dar sentido a su impotencia o consuelo a su desaparecido. Corriendo, arrastrados, impotentes. Rostros sin rostros, pétreos, impávidos, lejanos. Ante la muerte, el dolor y la confusión.
Un duelo eterno, dejaba su impronta a un barrio. La historia de catástrofes y el dolor colectivo, ñande mbo Kurusu.
Trinidad ya no es la de antes, nunca tanta muerte, ni tanta desgracia, nos tuvo juntos. Un llamado en la desgracia, nos convocó. El siniestro tenía un nombre: Ykua Bolaños.
Aún quedan recuerdos y ecos de esa historia, cuando en medio de la catástrofe, Sebastián contó que soñó a una araña.
¿Qué le pasa a este tipo? Dije. La araña, la muerte, la catástrofe y este con un bicho en sus sueños. En ese momento, el psicoanálisis de sueños, no me cerraba.
Hoy, traer esos ecos, me abren las ideas. Para compartir y contar en otros espacios, para otras redes, otras conversaciones, otros encuentros.
Nos contó que durmió poco. Realmente nadie podía dormir. Era un momento en que, lo que nos convocaba era una pena colectiva.
El fantasma de la muerte paseaba las calles, recolectando adeptos.
Pero él siguió con sus sueños. Que se fue dibujando con el cuento. Justo cuando se iba a afeitar.
Allí, un insecto colgado, entre el espejo y su rostro. Lo miraba y nos miró también a nosotros en el relato.
Colgada, oscilante, frágil y segura. Moviéndose al son de sus ocho patitas negras. Buscando asirse.
Proponiendo construir, simplemente hacerlo. Será su casa, su trampa, su comida, su territorio, su historia.
Una araña (ñandu), y en medio de toda la catástrofe, “eso” estaba allí, en lo que se tejía (“ñandutí”).
Curioso como soy, salí a preguntar. Una señora, me mostró desde enhebrar la aguja y cómo hacerlo.
–Para hacer el ñandutí, necesitamos de un batidor, como este.
Me mostró un recuadro de madera.
–Esto se llama bastidor. En él se tensa la tela que es de lienzo. Aquí se hace el tejido. Debe estar almidonado, limpio y estirado. Me dijo.
El lienzo es una tela fuerte, de tramas abiertas. Fresca y cálida a la vez, de acuerdo al uso, deja ver lo que hay por debajo y facilita el bordado por sus tramas libres. Cuando me enseñó dibujó unos círculos con un vaso y me dijo:
–Mira que, bien, se hace así con el hilo, re hilvaná ará por el borde de tu dibujo. Siguiendo el borde dibujado con el vaso. Después, se cruzan los hilos por el medio
De esta manera, cada hilvanada, hacía que el hilo repetidamente cruce por el centro. Mi profesora trataba de hacer lo más lento posible, para que yo entendiera.
Ví que los hilos formaban un círculo y se entrecruzaban en el centro, semejando una pequeña rueda de carreta.
Cuando se terminó de completar el círculo, me dijo:
–Ahora hay que atar todos estos hilos cruzados en el centro.
Los ató. Luego, de esa pequeña pausa, comenzó con una gran visión a atar hilo por hilo, como intercomunicándolos, delimitando los trazos en distintas distancias para hacer los dibujos deseados.
Lo que acabo de escribir es lo que aprendí para comprender.
Un abrazo para ti, Sebastián.
Del libro Desmanicomialidades, cuentos, divagues, delirios de Martín Moreno Giménez. Servilibro.