Releyendo tus páginas, donde fui anotando día a día los eventos más relevantes que fueron ocurriendo, me queda una gran sensación de alivio que el año haya concluido. El 2019 se fue, dejándonos de recuerdo una tasa de crecimiento del PIB que, decimales más, decimales menos, será de 0%. Los consabidos augures económicos han interpretado las señales celestiales y nos prometen para el 2020 cifras cercanas al 4%. Por una cuestión de delicadeza, evitaré recordarles que nos ofrecieron similares números para el 2019.
En los albores del nuevo año, como es mi costumbre, dejaré registradas en tus páginas mis resoluciones para este año, y las revisaré de tanto en tanto para fortalecer mi compromiso de cumplirlas. Muchas personas, con las mejores intenciones, hacen su lista de resoluciones de año nuevo, cosas como perder unos kilos o hacer más ejercicio, que generalmente para febrero ya quedaron por el camino, pero en mi caso, soy un país, no una persona, entonces mis resoluciones son otras, y mi deber de cumplimiento es mayor.
Esta es, entonces, mi lista:
1) Seré más prudente en el gasto público. En el año ido, excedí el límite presupuestario impuesto por el Congreso, y soy consciente del peligro que la excepción se vuelva habitual, con su secuela de devaluaciones e inflación. Tengo demasiados ejemplos de las tristes consecuencias en otros países hermanos de la región.
2) Dejaré de tirar dinero en empresas públicas ineficientes que no pueden competir rentablemente con los servicios y productos ofrecidos por el sector privado. Comprendo la dificultad de lidiar con sus modelos clientelistas y prebendarios ligados a intereses políticos, pero no puedo permitir que continúe este obsceno dispendio de mis limitados recursos.
3) Seré más eficaz en perseguir y castigar la corrupción, que como un cáncer está carcomiendo mi organismo. He observado con envidia cómo mi vecino, Brasil, ha encarcelado en brevísimo tiempo, con sentencias firmes, a las figuras más poderosas de su firmamento político y empresarial. Averiguaré qué tengo que hacer con mi sistema jurídico para impedir que personajes de todos los calibres, pillados con las manos en la masa, puedan con chicanas evadir durante años y décadas las condenas que se merecen.
4) Tendré mayor cuidado con mi endeudamiento. El servicio de mi deuda pública está absorbiendo cada vez más los escasos recursos de mi presupuesto. Tendré especial cautela con el canto de sirena de organismos multilaterales y de gobiernos del exterior, cuando ofrecen financiamiento para sus proyectos predilectos a tasas muchos mayores que los que puedo obtener en los mercados financieros internacionales.
5) Priorizaré mi crecimiento económico. Hay valiosas iniciativas para reducir la pobreza entre mis habitantes, pero nada es más eficaz que aumentar la riqueza del país, que permite financiar servicios públicos de salud y vivienda para aquellos que menos pueden solventarlos por su cuenta. El ahorro interno es insuficiente para lograr el crecimiento al que aspiro, entonces me haré más atractivo para las inversiones directas del exterior.
6) Por último, pero no por eso menos importante, haré un censo este año. No puedo administrar correctamente mis recursos si no tengo certeza sobre cuántos habitantes tengo y cuál es su situación. He aceptado el compromiso de las Naciones Unidas de hacer un censo al principio de cada decenio, pero el último censo completo que tengo es del año 2002, y desde entonces me manejo con estimaciones y proyecciones. No me puedo calificar de país serio si no tengo un censo actualizado.
Querida agenda, estos son los compromisos que asumo para este año. Espero que me ayudes a cumplirlos.