19 abr. 2024

Que no se hunda el barco

Se palpa cotidianamente que casi en todos los ámbitos del devenir nacional el barco hace aguas, sin visualizarse solución alguna y sin que los responsables directos en el arco político y las autoridades nacionales acierten a encaminar el tránsito por lo menos hacia un atisbo de luz al final del túnel.

Si bien poco a poco se va desdibujando el riesgo de contagios masivos –ni qué decir fallecimientos– por el coronavirus y las páginas de esta lamentable historia parecen encontrar sus postrimerías, comenzaron a arremeter con furor el flagelo de la inflación y el desborde del contrabando, ya que la gente volvió a movilizarse en busca del pan diario, y al Gobierno le cuesta contener el ingreso irregular de mercaderías.

No hay bolsillo que aguante, a pesar de que son factores exógenos los que inciden en el incremento del precio de los combustibles, más la cotización del dólar, sumados a los cuales se desató la conflagración en Europa, con la invasión de Rusia a Ucrania a fines de febrero pasado. Esto último dibujó un nuevo tablero en el juego de poder internacional y la economía planetaria.

El drama de la reactivación económica mundial se había potenciado con la crisis del ámbito logístico y la imposibilidad de contener los precios de insumos y materia prima muy necesarios en sectores manufactureros; a nivel local los productos que dependen en un alto porcentaje de la importación de combustibles en su estructura de costos deben indefectiblemente variar en su precio, contribuyendo con otro golpe más a la ciudadanía.

La inseguridad también se multiplica incontrolablemente en las calles. El ciudadano de a pie debe sortear varios obstáculos al salir hacia su labor cotidiana: cerrar la jornada sin que sea asaltado, sin perder sus bienes o su vida en un arrebato de cuchillo o arma de fuego; al tiempo de lidiar con el caótico tránsito y no correr el riesgo de viajar en la estribera del micro, ya que los empresarios del transporte público también se suman a la danza de burlas, con las reguladas que mancillan el espíritu de aguante de la población.

Las bofetadas se replican mediante la prensa, que muestra cómo orondamente una claque privilegiada accede a una vida de lujos, en burbujas bien aisladas de la realidad circundante, pero que están cayendo como piezas de dominó ante la incursión de los allanamientos e investigación de la ruta del narcotráfico y el poder fáctico instalado en el país.

Uno se pregunta hasta qué límite se puede incursionar en el espectro criminal, hasta dónde llegan los tentáculos delincuenciales, que maniatan a la justicia y recorren sin pudor las carpas de los partidos políticos, posicionándose en sitios clave con el fin de no ser molestados en un negocio que deja millones. Los organismos de control y regulación no ven nada, no se percatan de irregularidades en el manejo de cantidades siderales que circulan libremente.

Y como telón de fondo aparecen los piquetes en las rutas del país, impulsados por el transporte de cargas que tiene en vilo a quienes necesitan transitar con mercadería necesaria para recargar las góndolas, hacer negocios o acudir a su puesto de trabajo. Las idas y vueltas en esta puja llevaron al Gobierno a bajar el precio de los combustibles más populares, y en una segunda etapa concretar otra nueva reducción en el valor, abriendo un suspenso en la decisión de los camioneros para permitir la circulación.

El desgaste en la administración del país está llevando a un destino incierto, y encima sobrevuela una ferviente interna –en medio de las angustias generales– que busca posicionar a los candidatos para las próximas elecciones, al tiempo de denostar con rabia y sin pelos en la lengua al circunstancial oponente. No hay propuestas, no hay programas, solo improperios como todo paradigma para dirimir diferencias.

Con este escenario, pareciera que a la gente solo le queda defenderse sola, al no surgir opciones que brinden un escenario más armónico. Esperemos que este barco no termine por hundirse.

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