19 abr. 2024

Procesión de luces en Tañarandy sale del yvága rape para volver a su origen

Una multitud de personas presenció ayer la nueva e insospechada propuesta de esta icónica peregrinación. Así como hace 23 años, la procesión fue más corta y fuera del camino público.

IIuminado. El altar de maíz se vio reflejado en un espejo de agua, el cual estaba lleno de velas encendidas.

IIuminado. El altar de maíz se vio reflejado en un espejo de agua, el cual estaba lleno de velas encendidas.

Por Pepe Vargas

SAN IGNACIO - MISIONES

Siempre la procesión de luces en Tañarandy dejaba ver alguna novedad, en cada Viernes Santo, desde que se realizó por vez primera en 1992. Esta vez el camino de estrellas o yvága rape, como fue bautizado en guaraní por los pobladores, volvió a su lugar de origen.

La procesión de la Virgen de la Dolorosa y toda la majestuosa luminaria se trasladó a la propiedad del artista plástico Koki Ruiz, quien impulsó esta actividad con el desafío de representar la religiosidad popular como un elemento artístico.

Una cantidad menor que en años anteriores, unos 10.000 peregrinantes –de diferentes puntos del país– se agolparon en el acceso a la barraca que flanquea el anfiteatro natural para presenciar la incomparable procesión de luces.

La multitud parecía flotar en una serpenteante alfombra de estrellas encendida por unos 15.000 candiles y centenares de antorchas. El canto de los estacioneros, provenientes de Luque y Areguá, y toda la iluminaria extendida en medio de la espesura de los árboles erizaban la piel de los asistentes y devolvieron esa atmósfera de intensa espiritualidad que, a juzgar por los dichos de su promotor, había perdido.

Koki explicó que la mudanza del yvága rape se dio como una manera para controlar el arranque y trayecto de la procesión. Además, a los vendedores ambulantes se les impidió el paso, ya que con sus altivos pregones competían con el canto lloroso de los estacioneros.

“Es una propuesta nueva, si funciona bien y si no, esto ya no tendrá sentido”, expresó el artista en la antesala al evento. “Esto creció demasiado y como todo lugar donde hay peregrinaje, el turismo devora la espiritualidad”, tiró.

Retablo. Unas 7.500 espigas de maíz se usaron para adornar el altar que este año tiene un tamaño mayor al anterior. Al menos 40 personas colaboraron desde enero pasado para trabajar en cada parte del retablo que tiene 9 metros de altura y 15 ancho. Además para la ornamentación del sagrario se emplearon alrededor de 500 zapallos y calabazas, tacuaras y una incontable cantidad de cocos. La idea de levantar el altar de maíz surgió en realidad como inspiración de una lugareña que le acercó a Koki un zapallo en señal de que el fruto mismo de la tierra es también una obra de arte.

La imponente iluminación de las antorchas y el reflejo en el espejo de agua del altar gigante ocuparon el espacio dejado por los cuadros vivientes. La barraca convertida en un templo de luces estaba abarrotada de gente que se quedó maravillada con el altar de maíz adornado con telas flotantes, el espejo de agua en el cual flotaban velas encendidas.

El Coro de la Universidad Católica de Itapúa (Coruci) tuvo a su cargo el cierre de la actividad con el canto de la Lacrimosa, Crucificator, entre otras canciones.