Es cierto que en nuestra sociedad tendemos a menospreciar los planes y, más aún, si se trata de pensar en el largo plazo, fruto tal vez de un tipo de conducta muy inmediatista que sencillamente trata de adaptarse a lo que vaya ocurriendo desde una perspectiva más bien reactiva.
Sin embargo, como parte de este proceso de modernización que está viviendo la sociedad paraguaya debemos ser capaces de levantar la mirada y basados en las potencialidades que tenemos, pensar en el futuro que queremos construir y bajarlo a planes concretos, con metas y objetivos que nos permitan monitorear los avances y corregir lo que haga falta en el camino.
De hecho, esto ya lo hemos acordado como sociedad en nuestra propia Constitución de 1992, en donde en el artículo 177 se establece la necesidad de contar con planes nacionales de desarrollo que, de acuerdo con nuestra Carta Magna, serán de cumplimiento obligatorio para el sector público y de orientación para el sector privado.
Pero más allá de que obviamente necesitamos ir cumpliendo lo que establece nuestro propio contrato social, es importante reflexionar sobre por qué es importante contar con un Plan Nacional de Desarrollo.
En la medida que el mismo pueda ser construido de una manera participativa –como de hecho ha venido ocurriendo con este plan en particular– se puede generar una suerte de sentimiento colectivo de apropiación del mismo y esto ayuda a orientar la acción de personas y organizaciones que se sienten parte de algo importante y relevante para sus propias vidas.
Cuando como colectivo tenemos una visión compartida en términos no solo de lindas palabras, sino de objetivos y metas concretas que se quieren ir logrando, las posibilidades de colaboración se multiplican, las sinergias aparecen y las políticas de los gobiernos de turno deben alinearse a los planes de Estado
Si como sociedad contamos con ciertas metas sociales y económicas definidas y consensuadas, las mismas se vuelven en una herramienta poderosa para demandar al Gobierno en todos los niveles, políticas públicas de calidad que apunten al cumplimiento de las metas.
En el proceso que ha venido liderando la STP con la activa colaboración de varias organizaciones del sector privado, ha sido clave el trabajo de validación de este plan con diversos talleres en todo el país, y dicho proceso probablemente deba continuar, pero se necesita al mismo tiempo que la clase política –nuestros representantes en el Congreso– conviertan a este instrumento en una ley nacional, con lo cual se estaría cerrando el círculo.
Esto implica, por supuesto, una necesaria fase de discusiones sobre el contenido del plan y a qué nos estamos comprometiendo como sociedad y los miembros del Congreso tendrán una magnífica oportunidad de generar espacios amplios de participación ciudadana sobre el tema en cuestión.
Los medios de prensa también juegan un papel central en el éxito del proceso, pues el plan debe ser ampliamente conocido y apropiado por todos y de vuelta, en la medida en que nos centremos en las metas y objetivos concretos, se irá creando un ambiente de exigibilidad ciudadana sumamente positivo.
El camino a recorrer es aún importante. Pero en este momento la labor de los líderes de los diferentes sectores, participando activamente de esta idea, será fundamental. Pues un verdadero Plan Nacional no debe ser producto solo de una iniciativa de gobierno, sino algo realmente de construcción y apropiación colectiva.