Por Oscar Ayala Bogarín
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Existe la peligrosa sensación de que el país está marchando con piloto automático, sin rumbo fijo y sin sitio en dónde aterrizar. También que se está incubando una eclosión social que podría resultar más dañina que estas frecuentes tormentas producidas por el cambio climático.
Inseguridad en aumento; descoordinación y conflicto permanente en el Gabinete; una alianza política en el Gobierno que no da señales de cohesión; falta de señales claras para sentar las bases de un crecimiento económico sostenido; ausencia de inversiones extranjeras; crisis campesina sin visos de solución a corto o mediano plazos, son situaciones inquietantes que van minando aceleradamente la credibilidad del presidente Fernando Lugo. Todo esto en medio de una crisis financiera mundial que amenaza con recesiones económicas que podrían acarrear desempleo y aumento de la pobreza.
La falta de solución o, por lo menos, de acciones firmes tendientes a dar salida a los problemas locales debilitan y erosionan el ejercicio de poder. Las nuevas autoridades deberían ser conscientes de que no se puede atribuir indefinidamente la responsabilidad del estado de cosas a los 61 años de gobierno del Partido Colorado. Es cierto que aún no se cumplen ni siquiera 100 días de gobierno, pero la ciudadanía ya espera señales de cambio.
Es indudable que el estilo de liderazgo de Lugo es producto de su formación eclesial y tal vez no tendremos decisiones ni actitudes tajantes. Quizás lo que pretenda es un modelo de democracia participativa, que sustituya al actual modelo de democracia representativa, que parece agotado por una representación política mediocre, indolente e indiferente a la situación social.
Si esa es su intención, debería apelar a la didáctica del poder, para hacer entender a la gente que el progreso de una sociedad está supeditado, en primer lugar, al respeto a las leyes. Éstas podrán ser injustas, pero pueden ser modificadas. Lo que no puede permitirse es hacer tabla rasa de cualquier normativa que nos pueda parecer desfavorable.
En un ambiente de caos, y escudados en la ignorancia de la población, son los avivados y los delincuentes los que mejor partido sacan de la situación.
Pero, a la larga, en la anarquía todos perdemos.