29 mar. 2024

Parte de la religión

Blas Brítez — bbritez@uhora.com.py

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Foto: Pixabay

La epifanía es una súbita revelación de algo espiritual o mágico que sube a la superficie de la conciencia: se hace visible como símbolo. Desde el misterioso ministerio de Juan el Bautista a orillas de un río del Oriente Próximo, pasando por el milagro gastronómico de las bodas en Caná, hasta la historia de la aparición luminosa en el camino a Damasco frente a San Pablo, el concepto de epifanía pertenece al cristianismo, aunque su origen haya sido griego y su uso, latino. La más conocida de las epifanías del Nuevo Testamento es la del nacimiento mismo de Jesús, la de los Reyes Magos ante su divinidad de recién venido al mundo, festejada cada 6 de enero.

Mes epifánico enero, al parecer, el mes del dios doméstico Jano que mira al pasado y al futuro porque tiene dos caras. Mario Abdo Benítez, por ejemplo, a fines del insufrible mes que acaba de fenecer, en el camino de Moras Cué, Luque, tuvo la luminosa epifanía de que no hace falta saber más allá de lo que sus perros falderos le musitan al oído, leer más que la Biblia para gobernar, cuya lectura matutina disfruta —¿cómo del olor del napalm?— el paracaidista presidente, amigo y cortesano de otro mandatario y piloto del mismo avión bíblico, Bolsonaro.

Desde el principio de su gobierno de difuntos y flores, Abdo eligió el camino abierto por la epifanía mágica del lenguaje (de los números, dice él) que, bien mirada, es un poco sicótica cuando no lo apoya visiblemente la realidad, más allá de la burbuja presidencial.

“Hace rato que ya no leo nada por salud mental. Me levanto tranquilo, leo la Biblia a la mañana y salgo a trabajar”, afirmó, en éxtasis de santidad, el presidente una mañana plomiza cualquiera. La duda es, en todo caso, acerca de la salud mental de nuestro imaginativo primer mandatario. Es algo que hay que plantearse con seriedad —un poco irónica si se quiere—, pero no por ello menos certera: este es el gobierno de la sicopatía lisa y llana, el de la unidad granítica imposible, el de la concordia artera y de las dulces traiciones dramáticas, el del enmascaramiento, el gobierno de la sicopatía más perversa, el que, en suma, como la hiena (animal cuyas costumbres sexuales eran detestadas hasta el anatema por teólogos y escritores cristianos medievales, dicho sea de paso), se alimenta entre las tumbas, lucra con ellas, medra en la necesidad de los demás, se regodea en sus visiones retorcidas que, a renglón seguido, las convierten en medida de conducta impoluta en un muladar.

Un muladar —palabra que le gustaba mucho a los piadosos prosistas españoles, al menos hasta el siglo XIX, pero también a Josefina Plá, si mal no recuerdo; palabra típica del Antiguo Testamento— es en lo que Abdo, pero antes Cartes y bastante más antes aun el stronismo, convirtió este país, si se me permite la contraposición de Cateura como el Paraguay real ante el polo corporativo de Villa Morra como el Paraguay de gua’u.

Desde George W. Bush y su guerra preventiva de hace dos décadas, abundan los presidentes piadosos y buenos que citan la Biblia o una epifanía parecida a la de Saulo de Tarso para justificar sus cruzadas contra los impíos. Generalmente tienen una retórica amigable para sus enemigos, unos epítetos. El de Mario Abdo Benítez, el presidente de la sicopatía, es francamente pobre y aburrida comparando con la verborragia apatukante de Nicanor Duarte Frutos, por ejemplo, pero tiene lo suyo: “agoreros y pesimistas”, suele llamar a quienes ven de otra manera el Paraguay, uno que en cada discurso (generalmente pronunciado más allá de Calle Última, donde parece sentirse seguro de soltarse un poco la boca llena de papa el marquetinero presidente) él nos devuelve a la cara como un país luminoso.

Charly García, en 1987, cantó que “parte de la religión” es “mentir”. Tal vez el primer mentiroso de la República, el lector mañanero de la Biblia, es también el primero en ser mentido. Dr. House hubiera hecho uno de sus grandes chistes médicos diagnosticando al pillo y epifánico Abdo.

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