16 feb. 2025

Paraguay es más caro de lo que creemos

Usualmente nos referimos al Paraguay como un país de costos bajos. Mencionamos que la mano de obra es barata en valores nominales, las tasas impositivas son bajas, y los precios locales convertidos en dólares son accesibles. Pero desde el punto de vista empresarial esa percepción es un mito. En realidad, ya somos un país sorprendentemente caro donde operar. Los costos verdaderos son altos y van en rápido aumento, disminuyendo la rentabilidad que se pretende.

En la mayoría de los rubros, no obtenemos economías de escala. Cualquier segmento de nuestro mercado es bien reducido, pareciera compuesto por un mosaico de nichos, donde no se llegan a diluir eficientemente los costos fijos de la operación. Al mismo tiempo el consumidor es exigente esperando el mismo nivel de precio/calidad que en una economía mucho mayor. Por ejemplo, tiene acceso libre al mercado internacional donde cualquiera compra en Amazon o Ebay y recibe los bienes puerta a puerta con mínimos costos de transacción, aun considerando el impuesto cobrado en la tarjeta de crédito. Esa combinación de altas expectativas con lotes pequeños dificulta la rentabilidad del segmento minorista de bienes.

Baja productividad de la mano de obra. Los salarios pueden ser nominalmente bajos, pero la productividad del recurso humano local es proporcionalmente mucho menor, resultando en un costo por “tarea bien hecha” digno de países con mayores salarios. Aquí necesitamos más funcionarios para hacer lo mismo, y varios para controlar la calidad en una era donde se paga por “hacerlo bien la primera vez” y no hace falta gastar en verificar el resultado. Al requerir más gente implica una mayor área ocupada, más gastos edilicios, más computadoras y licencias de software, más infraestructura de soporte, etc., etc. Muy pocas empresas tienen una contabilidad de costos por actividad para darse cuenta de este hecho. Sumado a esto la falta de proactividad, de hacerse cargo de realizar lo que sea necesario, aunque esté fuera de su descripción de funciones, y de concentrar la mayoría de las decisiones sobre el gran jefe. Se generan así estructuras desproporcionalmente grandes para producir poco. Contrastando, en el primer mundo predominan empresas con pocos funcionarios, pero muy dinámicos y ultraproductivos. El ratio más vigilado es “total de ventas dividido por el total de funcionarios”.

Nuestra estructura jurídica y normativa está compuesta por textos confusos, abriendo grandes espacios para diferentes interpretaciones, admitiendo demasiada libertad de criterio a la autoridad que lo aplica, al inspector, fiscal o auditor. Permite que exista el negocio de la extorsión en esa arbitrariedad de interpretaciones. Para bajar riesgos hay que ser más papista que el papa, quedando más caro y resultando en una entidad relativamente difícil de operar frente a la competencia que juega en este mismo espacio con otras interpretaciones. En nuestra pequeña y familiar sociedad, el tema de mantener la imagen pública es estratégico. Se toman costosas decisiones para evitar una exposición pública, en lugar de acceder solo hasta lo que creemos justo. Se evita el conflicto, aunque toque pagar lo que no corresponde por el qué dirán. En sociedades más grandes y anónimas los abusos se disputan abiertamente, en la nuestra se negocia en silencio y se pierde discretamente.

Ser legal buscando mantener todos los papeles al día constituye un verdadero viacrucis, requiere una desproporcional energía para obtener del estado todas las autorizaciones. El empresario formal que cumple con todo termina siendo muchísimo más costoso que los informales que habitan desestresados en la otra mitad de la economía paraguaya. En este país compiten económicamente los dos extremos, pues en cada rubro existe una próspera competencia desleal por ineficiencia o complicidad del regulador.