Menos del 20 % de toda la energía eléctrica que genera Paraguay se usa para producir: para transformar, para crear valor, ya sea en procesos industriales tradicionales o en industrias digitales disruptivas.
Es decir, el grueso de nuestra electricidad (que no solo es abundante, sino también renovable, firme y competitiva) se destina a los llamados “usos de consumo”, principalmente para confort térmico (aire acondicionado, calentamiento o enfriamiento de agua) y otros fines residenciales o comerciales. Y si bien estos usos son legítimos y contribuyen al bienestar, no son los que nos van a convertir en el próximo hub energético y digital de la región.
La energía paraguaya es un recurso sumamente valioso, pero hasta ahora seguimos rezagados en cuanto al reconocimiento estratégico de esta cartera ministerial y con bajísimos niveles de coordinación interinstitucional, lo que dificulta articularla con un verdadero proyecto productivo de país.
Por eso, la decisión de trasladar el Viceministerio de Minas y Energía al Ministerio de Industria y Comercio no debe leerse solo como un proceso de reorganización institucional, sino como un posible punto de inflexión histórico. Como señaló recientemente el ministro Javier Giménez: “La energía mueve la industria”, porque la energía no es un fin en sí mismo, sino un medio. “Estamos en una situación de abundancia energética en Paraguay, pero eso tiene un plazo de vencimiento”: esta frase ya está más que instalada en la narrativa pública, y por eso la coordinación debe ser no solo bien hecha, sino también urgente.
Otros países ya lo han hecho. Uruguay, con su Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM), lideró una transformación energética ejemplar en América Latina. Alemania, con su Ministerio Federal de Economía y Energía (BMWE), integra desde hace años energía e industria para guiar su transición hacia una economía verde y competitiva. Ambos entendieron que no hay política industrial sin política energética.
Hace unos años, junto con colegas del GISE, publicamos un informe en el que proponíamos dotar a la energía de rango ministerial y convertirla en el eje vertebrador de una estrategia de desarrollo industrial. Documentamos cómo, en Paraguay, la política energética se ha mantenido casi intacta durante décadas, atrapada por intereses que apuestan al statu quo. La ausencia de coordinación institucional y, sobre todo, la falta de un “champion” o emprendedor de políticas públicas ha impedido tomar decisiones de fondo. Mientras tanto, el patrón se repite: exportar energía sin valor agregado, perdiendo oportunidades para generar valor local.
Hoy tenemos una gran oportunidad de lograr que la energía deje de ser solo un insumo para el consumo y que trascienda hacia su verdadera vocación: convertirse en motor de generación de valor y fuente de posicionamiento estratégico. Mientras continuemos exportando gran parte de lo que generamos y destinemos apenas el 20 % de nuestra electricidad a producir, seguiremos dejando escapar el verdadero potencial del activo más valioso que tenemos.