16 abr. 2024

Orden

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

El Estado refleja en mucho el desorden social, la inequidad económica, los privilegios políticos de la sociedad en su conjunto. Nos refleja como en un espejo al punto que el retrato que nos devuelve nos parece absolutamente consustanciado con nuestra esencia. Lo primero que se observa al mirar sus números presupuestarios es el dispendio y la corrupción y su informalidad creciente o el enmarañado sistema sobre el que se sostiene administrando el dinero del contribuyente.

Este está más enojado que otras veces porque el impuesto a la renta personal le mete la mano a los formales que tras duros sorteos en la jungla ahora debe tributar más al mismo Estado. Cambian las normas en proporción a la necesidad de los administradores mientras disminuyen la calidad del gasto, de los servicios y se aleja de los niveles de austeridad que se reclaman de ellos. En definitiva, tenemos un Estado desordenado que lucra con nuestros ingresos y se resiste a ser reformado.

En el ánimo de hacer fracasar toda tarea de cambio hacia el interior se coloca para su transformación a los cazadores más diligentes de ese coto cerrado que hicieron extensión de su núcleo familiar o partidario. Cuando nos dicen que están decididos a llevar adelante su reorganización ni ellos mismos se lo creen. Tras la escandalosa corrupción durante la pandemia -algo natural a su esencia- elevarán un proyecto de cambio a la peor representación en el Congreso para acabar a la firma del dubitativo presidente. Crónica de un fracaso anunciado. La Cámara de Diputados ya no se anda con vueltas con estas cosas y se despachó hace unos días con una ley donde se despenaliza la declaración jurada de bienes mentirosa y se la envuelve en un manto de opacidad y secrecía. La ley espera el veto del Ejecutivo que mientras piensa si debe hacerlo o no ya la vapuleada Corte Suprema integrada por muchos jueces de apelaciones dispuso que las declaraciones de bienes deben ser pública, abiertas y, nos imaginamos sinceras. Esto que es una anécdota nos muestra la dificultad que tiene cualquiera en democracia de poner orden al interior del “ogro filantrópico” como lo denominaba Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Hay razones para creer que este Estado democrático es irreformable y que solo quizás una dictadura lo pueda hacer alguna vez.

Una generación completa de paraguayos vive esta realidad política cotidiana donde el fracaso de la organización jurídica de la Nación lleva a interesarse a muchos y preguntar, ¿cómo se vivía bajo la dictadura? Bueno, el Estado era propiedad del tirano pero era más pequeño, menos derrochador y se los definía como de “ladrones que hacían las cosas”. Hoy se renueva con cierta periodicidad la cartelera de las gavillas pero el sistema viene erosionándose de manera constante y permanente desde adentro. El BID trata al Gobierno paraguayo de corrupto, ladrón y despilfarrador y nadie se molesta. Nadie. No hubo una sola nota de protesta a tan tremenda calificación. Esta semana un nuevo informe sobre corrupción, el del Council of the Americas en Washington, dice que no hay voluntad ni compromiso de luchar contra la corrupción y para justificarlo y no queden dudas saltan 44 diputados para gritarles que tienen razón, ¿y qué?

Este desorden del Estado es concebido y ejecutado con premeditación y alevosía. No se pretende cambiar, no se modificará nada hasta que el pueblo tenga conciencia de que cada país tiene el gobierno que se le parece no el que merece. Nosotros nos reflejamos en el desorden, la corrupción y la falta de compromiso de cambiar las cosas. El ogro vive aún feliz en el Parque Jurásico llamado Estado paraguayo.

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