29 mar. 2024

OLLAS POPULARES La solidaridad que resiste al hambre

SOLIDARIDAD. Ante la ausencia estatal emergieron las ollas en las zonas más carenciadas del país. IMPACTO. Una ley se promulgó y estipula la asistencia con alimentos a las organizaciones. EXPERIENCIA. Desde tres comedores, las voluntarias cuentan cómo luchan contra el hambre.

Irma Oviedo

En el Bañado Tacumbú, hace dos semanas el carbón se volvió a encender en los braseros de la Casa de la Mujer para alimentar a 150 niños y adultos mayores con un menú más saludable, cuenta Felicia Martínez. En la zona, ellas fueron las pioneras de la populosa olla para alimentar a los pobladores de la zona. Felicia no recuerda bien el día que empezaron, pero estima que fue tras la declaración de la cuarentena en marzo.

Los niños quedaron sin desayuno y sin almuerzo con el cierre de las escuelas. “Nos vimos en la desesperación de qué van a comer si dependían de eso. Ahí iniciamos, desde esa necesidad”, dijo Felicia. La olla siguió solo hasta mayo y después entregaron víveres.

En el patio, bajo un techo de chapa, se cocina a carbón en tres pequeños braseros desde las 07:00 de la mañana todos los días. Daría Maciel, la encargada de la cocina, mueve los brazos en círculo para mezclar la salsa con el pollo que se cocina a fuego lento. En otra olla hierve el agua para el arroz.

La gente va y viene para anotarse como beneficiario de un plato de comida, de fondo se escucha a una de las voluntarias decir que van a agregar más arroz para sumar más platos. A la organización Casa de la Mujer solo le quedan carne y verduras para una semana más.

Al lado, solo a una casa de distancia, hierven dos ollas en el Comedor San Miguel del Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos (Camsat) que lidera el padre Pedro Velazco. La voluntaria Paola Alegre cuenta que la comida de la olla popular es muchas veces la única ración del día de muchas familias de la ribera. “Al principio, dependían de esta olla, no comían y ni para un cocido tenían”.

Con la pandemia, los recicladores, albañiles, empleadas domésticas y vendedores informales “se quedaron en casa”, pero sin alimentos. La olla de Camsat, dividida en dos equipos, no para desde hace nueve meses para combatir el hambre de casi 800 bañadenses.

“No paramos ni una vez”, presume Sandra Alfonso, voluntaria. El menú del día es guiso de pollo. La olla resistirá con donaciones hasta el próximo año.

LA OLLA DE LA RESISTENCIA

En el otro extremo del río, en el Bañado Sur, la comida se reparte a 200 personas por día. Un grupo de jóvenes voluntarios, tras 10 días de cuarentena, pusieron manos a la olla para evitar “la desidia”, recuerda Héctor Silva, de Jóvenes Voluntarios del Bañado Sur. Tres mujeres no descansan hace nueve meses y desde las 7:00 de la mañana cocinan día a día. Héctor Silva recuerda que al principio los propios bañadenses donaron lo poco que tenían para las ollas populares. Después se sumaron otras instituciones como la Pastoral Social y la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN). La cocinera Sara Agüero coordina el trabajo de la cocina popular hace meses sin parar. El carbón seguirá prendido para alimentar a los bañadenses.

IMPACTO

Al principio las ollas populares resistieron con donaciones. La cuarentena se recrudeció, disminuyó la ayuda, pero aumentaron las personas con hambre. En este periodo, las organizaciones salieron a las calles sin miedo al Covid-19 para exigir a las autoridades el financiamiento. Mujeres y jóvenes cubrieron en este periodo un vacío que dejó el Gobierno Nacional al decretar la cuarentena total: alimentar a miles de familias.

El pasado 14 de setiembre, se promulgó la Ley N° 6603 de apoyo y asistencia a las ollas populares. Una ley que solo entrega alimentos mínimos para preparar un plato saludable, según los organizadores. Mientras, las ollas resisten al embate de la pandemia...


Nos vimos en la desesperación de qué van a comer. Ahí iniciamos. Felicia Martínez, de la Casa de la Mujer.

Una persona nos dijo que era el único plato que recibían en el día. Sandra Alfonso, de Camsat.

Cuando empezamos muchas familias no tenían el almuerzo. Héctor Silva,
voluntario del Bañado Sur.