Para quienes han caído en pecado mortal después del bautismo, este sacramento es tan necesario para la salvación como lo es el bautismo para los que aún no han sido regenerados a la vida sobrenatural: “es el medio para saciar al hombre con la justicia que proviene del mismo Redentor”. Y es de tanta importancia para la Iglesia, que “los sacerdotes pueden verse obligados a posponer o incluso dejar otras actividades por falta de tiempo, pero nunca el confesonario”.
La Comunión y la Confesión frecuentes son la mejor ayuda en la lucha para evitar los pecados veniales. En la Confesión obtenemos, además, específicas gracias para evitar esos defectos y pecados de los que nos hemos acusado y arrepentido.
Amar la Confesión frecuente es síntoma de finura de alma, de amor a Dios; su desprecio o indiferencia sugiere falta de delicadeza interior y, frecuentemente, verdadero endurecimiento para lo sobrenatural.
La frecuencia de la Confesión viene determinada por las particulares necesidades de nuestra alma. Cuando una persona esté seriamente determinada a cumplir la voluntad de Dios en todo y ser del todo de Dios, tendrá verdadera necesidad de acudir a este sacramento con más frecuencia y puntualidad: “la confesión renovada periódicamente, llamada ‘devoción’, siempre ha acompañado en la Iglesia el camino de la santidad”.
Pidamos a Dios con la Iglesia: que la presencia de tu Hijo, ya cercano, nos renueve y nos libre de volver a caer en la antigua servidumbre de pecado.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)