Algunos acontecimientos que se dan en el país nos muestran el peor rostro de la situación general que vivimos, el de la intolerancia y la intransigencia. Estos hechos demuestran el escaso valor que tiene la vida en estos días.
En el periodo de unos pocos días, un joven fue asesinado de un disparo en la cabeza durante una pelea; otro fue víctima de un machetazo; además, un suboficial de policía recibió un disparo en un partido de fútbol y otro joven recibió un escopetazo por parte de un guardia de seguridad.
El primero de los casos se dio en la ciudad de Ñemby y fue el resultado de un altercado en un local gastronómico; mientras que en el segundo incidente en Cordillera, un joven fue atacado con machete por un hombre que luego se dio a la fuga. En cuanto el suboficial, este acusó una herida de arma blanca en el brazo mientras trabajaba en la seguridad de un torneo de fútbol escolar en Itapúa. Finalmente, siguiendo con esta desesperante y absurda lista, un guardia de seguridad mató de un escopetazo en la cabeza a una persona cuando intentaba orinar en la vereda de la empresa donde trabaja el vigilante en un barrio de Asunción.
Esta serie de muertes sin sentido ponen en el tapete y nos obligan a reflexionar sobre el escaso valor que tiene la vida, así como también el escaso control emocional, la exasperación e intolerancia de las personas y que priman en las relaciones sociales, la cuales, a veces como en los casos mencionados, concluyen con hechos de violencia.
El ambiente de intolerancia y falta de empatía se está viendo reforzado por el ya habitual ambiente de inseguridad. Los ciudadanos, a fuerza de la necesidad de seguir llevado una existencia común o regular, deben aprender a lidiar con los cotidianos hechos como robos, asaltos y otros casos criminales violentos.
Para los vecinos de un barrio asolado por bandas de motochorros, que a una persona le roben el teléfono celular sin recibir un daño previamente es visto como algo positivo. Esa nueva manera de pensar sin dudas dejará huellas emocionalmente, en el sentido de las huellas que deja en la sociedad el tener que vivir acostumbrados a la violencia.
Pero nada de esto es positivo. Es inaceptable conformarse con vivir en una sociedad que no valora la vida de las personas ni se preocupa de su integridad física o sus necesidades para alcanzar mejores niveles de bienestar.
Ante las situaciones de violencia, sean como resultado de la acción de sectores criminales de la sociedad, o sean reacciones inexplicables de personas que terminan causando daño o a veces la muerte de otras personas, es necesario que el Estado asuma su responsabilidad, en primera instancia, entendiendo que existe una situación ante la cual debe ofrecer alternativas.
Desde ya hace tiempo se habla de una verdadera epidemia por los casos de asaltos, robos, agresiones y asesinatos; el recrudecimiento de la violencia y de la inseguridad ciudadanas también forma parte de una serie de efectos que se viven tras la pandemia del coronavirus. Señalan los expertos que la crisis económica que atravesamos y las dificultades de subsistencia tienen determinados efectos en el aumento de la delincuencia. Otros vinculan las frustraciones de las personas con las reacciones violentas, pero lo que es innegable es que se requieren políticas públicas apropiadas.
Esta realidad requiere que las autoridades reaccionen a tiempo y planteen proyectos de participación comunitaria y algunos controles que le permitan al ciudadano al menos salir a caminar sin miedo por su propio barrio. Los hechos de violencia no deben mantenernos indiferentes. Necesitamos más tolerancia y más empatía.