Hoy meditamos el Evangelio según San Lucas 9:51-62. La nueva labor del que es llamado es como la del arado palestino, que es difícil de guiar y más aún en la tierra dura de las orillas del lago de Genesaret. No se puede mirar atrás después de haber puesto la mano en el arado; no se puede volver la cara atrás después de la llamada del Señor. Para ser fieles y felices, es preciso tener siempre los ojos fijos en Jesús, como el corredor que, iniciada la carrera, no se distrae en otros asuntos, solo le importa la meta; como el labrador que se fija en un punto de referencia y hacia él dirige el arado. Si mira atrás, el surco le sale torcido.
A veces, la tentación de mirar atrás puede llegar a causa de las propias limitaciones, del ambiente que choca frontalmente con los compromisos contraídos, de la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parecen querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona; en otras ocasiones puede llegar esa tentación a causa de la falta de esperanza, al ver la santidad como lejana a pesar de los esfuerzos.
“Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida”.
“Te daré un medio seguro para superar esos temores –tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad–, “desprécialos”, quita de tu memoria esos recuerdos”. “Mirar atrás –enseña San Atanasio– no es sino tener pesares y volver a tomarle gusto a las cosas del mundo. Es la tibieza, que se introduce en el corazón de quien no tiene los ojos puestos en el Señor; es no haber llenado el corazón de Dios y de las cosas nobles de la propia vocación”.
El papa Francisco, a propósito del evangelio de hoy, dijo: “Jesús tomó la firme decisión de caminar a Jerusalén... Jerusalén es la meta final, donde Jesús en su última pascua debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación.
Desde ese momento, después de esa firme decisión, Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado.
Pero Jesús dice también a sus discípulos, encargados de precederle en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no hallan disponibilidad para acogerle, que se prosiga, que se vaya adelante. Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, invita.
Todo esto nos hace pensar. Nos dice, por ejemplo, la importancia que, también para Jesús, tuvo la conciencia: escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. Jesús, en su existencia terrena, no estaba, por así decirlo, telemandado: era el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, y en cierto momento tomó la firme decisión de subir a Jerusalén por última vez; una decisión tomada en su conciencia, pero no solo: ¡junto al Padre, en plena unión con él!
Y por esto la decisión era firme, porque estaba tomada junto al Padre. Y en el Padre Jesús encontraba la fuerza y la luz para su camino”.
(Frases de http:// www.homiletica.org/francisfernandez/franciscofernandez0794.htm y https://www. pildorasdefe.net/liturgia/evangelio-lucas-9-51-62-escuchar-dios-corazon-conciencia-ser-libres)