19 abr. 2024

No hace falta Marx

Luis Bareiro – @LuisBareiro

No es lo mismo ser pobre en Suecia o Noruega que en Paraguay o Chile; es una obviedad, pero a veces hay que repetirlo.

En esos países, la pobreza se define exclusivamente por el ingreso de una persona y, por lo tanto, es una condición temporal y fácilmente reversible.

En nuestros países, sin embargo, es una condición estructural, lo que hace muy difícil un cambio. Vale la pena explicar estas diferencias porque en ellas encontraremos la causa principal de los últimos estallidos en Chile y de los potenciales terremotos en Paraguay.

En Suecia, si perdés el empleo o ganás poco, igual tenés garantizado los servicios esenciales de educación, salud y seguridad. En la mayoría de los casos, son los mismos servicios que utiliza la clase media y alta. El niño cuyo padre fue despedido de una fábrica a menudo acude al mismo salón de clases que los hijos del gerente y el propietario de la empresa.

Si enfermaran, los tres padres se encontrarían en el mismo hospital público y no sería de extrañar que acudieran al sanatorio tomando el mismo transporte.

Y es que, tanto en Suecia como en Holanda, los servicios públicos reducen la brecha entre ricos y pobres. Es un colchón social que además garantiza cierta equidad a la hora de competir.

Si el hijo del desempleado se revela como mejor estudiante que los vástagos del empresario y el ejecutivo, hay posibilidades de que en el futuro tenga mayores ingresos que ellos. Su capacidad y esfuerzo pueden llegar a marcar la diferencia.

Por el contrario, en nuestros países los servicios públicos amplían la brecha social. Los hijos del empresario y del ejecutivo jamás acudirán a la escuela donde estudia el hijo del pobre.

Los tres padres nunca estarán juntos en la antesala de un ruinoso hospital público y menos se encontrarán apretujados en el colectivo. Es más, cualquiera que abandone coyunturalmente la condición de pobreza con alguna mejora en sus ingresos, lo primero que intentará hacer es colocar a sus hijos en un mejor colegio (casi siempre privado), contratar un seguro médico (con hospitales privados) y se comprará un auto.

Por otro lado, por más brillante que sea el hijo del pobre, es casi imposible que llegue a tener oportunidades que le permitan en el futuro competir con los hijos del empresario o del ejecutivo. Si además nació en el campo, o peor, en una comunidad indígena, sus posibilidades se reducen casi a cero.

A los sectores más privilegiados les fascina rescatar ejemplos de personas que salieron de familias en condición de miseria y lograron alcanzar el éxito profesional y financiero. Olvidan que son la excepción a la regla, tan poco frecuentes como aquellos que nacieron en la opulencia y terminaron en la miseria. Los hay, pero son unos pocos accidentes.

El fracaso de la cobertura del Estado y la espantosa calidad de los servicios públicos crea un escenario en el que la movilidad social es una rareza. Los pobres y los ricos permanecen en los extremos de la pirámide social por generaciones. La única que fluctúa, aunque muy pegada a la base, es la mal llamada clase media, esa que con solo perder el empleo o ser diagnosticada con una enfermedad catastrófica puede retornar a la pobreza en menos de 24 horas.

Con este escenario, el impacto del crecimiento económico es sustancialmente menor de lo que hacen suponer los números. Los ricos se hacen más ricos, la clase media aumenta ligeramente su capacidad de consumo y algunos de los pobres cruzan por unos pocos dólares la ambigua línea de la pobreza. Con el primer bajón, empero, los pobres vuelven a su condición de tal o pasan a la de la miseria, el consumo de la clase media se desploma y solo los ricos permanecen igual.

Esto es lo que está pasando en nuestros países. Se acabó un periodo de bonanza con altos precios para nuestros rubros de exportación y retornamos a nuestra realidad, con estados concebidos exclusivamente para mantener a la clientela política y una mayoría de la población joven que no ve que su futuro pueda ser mejor que el presente de sus padres. No hay que engañarse; en estas condiciones no hace falta Marx para que estallen las crisis.

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