29 mar. 2024

Naturaleza, mito y realidad

Carolina Cuenca

Hoy cumpliría años un escritor magno, J. R. Tolkien. Sí, este artículo es quizás un homenaje sencillo a su persona y a su obra, pero también una audaz invitación a leer sus libros en estas vacaciones, sin dejarnos limitar por los simpaticones reduccionismos que tuvieron que emplear los adaptadores cinematográficos de su mundo literario.

Son muy interesantes muchos aspectos de su obra, el lenguaje, los personajes tan profundamente trabajados, la épica, el rescate de esas virtudes que hacen honorable la vida y posible la civilización, etc.; pero en este espacio quisiera enfocar brevemente el tema “naturaleza” omnipresente en toda su magnífica creación literaria, considerando como crece hoy la atención sobre el cuidado medioambiental.

Como explica Patrick Curry, autor de Defending Middle-earth, J. R. R. Tolkien tenía una profunda sensibilidad hacia la naturaleza que refleja en los paisajes, los ecosistemas, la flora y la fauna, el clima, los astros del cielo presentes en sus relatos, especialmente en El señor de los anillos. Solo en esta novela se encuentran varias decenas de especies de plantas y por lo menos ocho son inventadas. Una mención especial se merecen los árboles, como el Viejo Hombre Sauce y los Ents, también los bosques, como el Bosque Viejo, el Bosque Negro y Lothlórien, así como los árboles cosmogónicos de Laurelin y Telperion, cuya luz sobresale en el universo.

Si bien, Curry, trata de ligar a Tolkien con el ecocentrismo panteísta y animista, tan de moda en la visión políticamente correcta de ciertos sectores ecologistas que niegan toda trascendencia al ser humano en la naturaleza, lo cierto es que Tolkien, muy por el contrario, muestra de forma majestuosa el enorme respeto que los personalistas o “antropocéntricos” occidentales le debemos a la naturaleza, justamente, porque como hombres libres, por nuestra inteligencia y voluntad, podemos tomar conciencia de ella.

Esta es una discusión que subyace en muchas actitudes y conductas hoy. ¿Es necesario rebajar al hombre y negar su categoría racional y trascendente en nombre de una supuesta valoración del resto de la naturaleza? ¿No sería esto un retroceso hacia la ley de la selva donde solo manda el instinto?

Es verdad, el hombre puede y muchas veces hace daño a la naturaleza, sobre todo cuando trata de servirse de ella inescrupulosamente, pero la civilización como encuentro equilibrado de naturaleza y cultura es importante y no puede ser desdeñada por los errores y los abusos de algunos hombres.

Coincido con el análisis de Curry sobre que “el profundo conocimiento que tiene Tolkien del mito es una parte inseparable de la naturaleza en su ficción mitopoética (literalmente, que crea mitos); por la simple razón de que una naturaleza viva con poderes y cualidades sobrehumanas es inseparable del mito mismo. Como dice Aragorn, –¿La tierra verde…? ¡Buen asunto para una leyenda aunque te pasees por ella a la luz del día!–”, pero disiento de su intento de catalogar al maestro de Oxford y de la literatura universal como un ecocentrista, lo cual sería distorsionar el enorme esfuerzo intelectual y anímico que hizo el creador de El Hobbit y El Silmarillion por rescatar la nobleza y la virtud moral humana y humanizante en todos sus personajes y en todas sus historias.

Ojalá que los jóvenes de esta generación, en plena crisis de paradigmas, puedan redimensionar el legado cultural de autores como Tolkien que han tomado tan en serio la humanidad, la belleza, el bien y la verdad.

No caigamos en las etiquetas simplistas e interesadas de los agentes culturales que niegan trascendencia al hombre, dejemos que el valor de la naturaleza vuelva a brillar con luz propia y fertilice las mentes creativas y libres de esta generación para experimentar ese gozo que sintió Frodo al poner la mano en el árbol mallorn de Lothlórien, “no como un leñador”, sino como el que aprecia “el deleite de la vida misma del árbol”.

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