Nuevamente los estudiantes universitarios y secundarios ocupan el lugar principal del escenario político y social con reclamos legítimos y justos, mientras la clase política está inmersa en su fantasiosa realidad del 2018, desconectada y egocentrista, buscando alianzas o fórmulas torcidas para permanecer en el poder.
La Universidad Nacional de Asunción es noticia escandalosa desde 2014 cuando la elección del rector, que entonces recayó en Froilán Peralta, el “Ferrari” del senador Juan Carlos Galaverna. Entonces, la puja semejaba más una disputa seccionalera que a la elección de la máxima autoridad de la universidad más prestigiosa del país.
Un año después, Última Hora destapó la putrefacta olla de la corrupción dando pie a la movilización universitaria más impactante de la transición instalando con fuerza el movimiento “UNA no te calles”. Fue en setiembre. Cayó el rector, probó el polvo de la cárcel y con él se fueron sus más desvergonzados cómplices. Hubo cambios, pero la estructura de poder de una dirigencia arcaica, autoritaria, excluyente, con privilegios que rayan la corrupción se mantuvo.
Justamente un año después, cuando la Fiscalía decidió llevar a juicio oral por lesión de confianza a Peralta y otros 45 acusados, los estudiantes nuevamente están en pie de guerra porque la cúpula que quedó, se acomodó, dejó que pasara la tormenta para encarcelar nuevamente los vientos de cambio y volver al mismo esquema medieval.
Tras los cambios en el timón de la UNA, los protagonistas decidieron modificar los estatutos, la herramienta para iniciar el profundo proceso de cambio. Para ello se instaló una comisión para que en base al diálogo y el consenso se diseñara un nuevo modelo de universidad, más democrático y de mayor calidad.
El diálogo, la negociación que acordaron tras la revolucionaria movilización cayó en saco roto cuando en una reunión de la Asamblea Universitaria a fines de agosto, en forma artera, los docentes con mayoría abrumadora “cocinaron” la reforma estatutaria en artículos medulares referentes a la conformación de los estamentos universitarios. Ocho meses de trabajo conjunto y búsqueda de consenso desaparecieron de un plumazo. Con esa actitud vil y autoritaria prendieron la mecha de una nueva movilización cuyas consecuencias aún son inciertas.
La ansiada paridad en los estamentos universitarios fue desechada por los asambleístas y los alumnos quedaron de esta manera fuera de la toma de decisiones. Esta es la razón de la movilización y paralización de actividades.
UNA VICTORIA PÍRRICA. Los asambleístas tal vez crean que hicieron la gran jugada maestra madrugando a los estudiantes con la artera decisión. Sin embargo, la reacción y la revitalización de las movilizaciones que vuelven a paralizar la universidad muestran todo lo contrario.
Hay un elemento que parecen desconocer el rector, los decanos, los docentes y los estudiantes funcionales: la fuerza moral de la movilización estudiantil sumado el apoyo ciudadano es capaz de generar cambios inimaginables. Ya lo ha demostrado el año pasado tumbando a un rector que desvió los objetivos de la universidad pervirtiéndola con la politiquería y la corrupción.
Esa moral que perdieron por cierto los docentes y administradores de la UNA, al decir del profesor José Rojas Dávalos, cuya carta recorre las redes, donde pinta con meridiana claridad las razones de la decadencia. “La vergonzosa utilización de los rubros, los nombramientos poco transparentes, las maniobras para acomodar a parientes, conocidos y amigos, poco interés por la calidad educativa, concursos amañados y los acuerdos entre gallos y medianoche, para seguir eternamente en los cargos. Unos involucrados, directamente en las “chanchadas” y otros indirectamente al emitir su voto a favor de “grupos de poder”, son las razones de la pérdida de confianza en las autoridades.
Es comprensible que el estamento docente y administrativo no quiera cambiar nada. Están en juego sus privilegios de primer mundo. Sería el inicio del fin de muchos mediocres que allí llegaron por amiguismo u otros atajos.
Sin embargo, no pueden desoír el llamado de la historia. Cuán grandes serán si renuevan el diálogo y borran con la mano lo que arteramente aprobaron con el codo. Porque al decir del profesor Antonio Cubilla, a diferencia de universidades de primer mundo “acá sí son necesarios los estudiantes en el Gobierno”, y como conocedor del mundo académico más allá de calle Última, sabe que en Latinoamérica y especialmente en Paraguay “no cambia nada si no hay una revuelta”.
CEGUERA POLÍTICA. La movilización estudiantil sigue sin llamar la atención de la clase política dominante, cuya agenda electoral está dominada por el 2018, en medio de un tiroteo verbal vacío de contenido y lleno de improperios.
El ministro de Educación, Enrique Riera, se convirtió sorpresivamente en estandarte de ese modelo autoritario al advertir a los secundarios “con un gigantesco cero” si salían a manifestarse por una educación de calidad. “Queremos más ceros en el presupuesto para educación”, le respondieron creativamente en la marcha.
Riera, que asumió el cargo luego de la caída de la ministra Marta Lafuente justamente por la falta de diálogo, que hablaba con los estudiantes y se jactaba de su “feeling” con los jóvenes, tuvo un exabrupto que lo bajó del pedestal y hoy está en el ojo de la tormenta.
Quizá Riera, un colorado democrático, de lucha contra la dictadura, en su afán de ser el delfín, habló en tono de advertencia para agradar los oídos del presidente. En un intento por recuperar su imagen salió para hablar con los estudiantes y fue peor. Le tiraron botellas en medio de la provocación.
Riera se llevó un gigantesco cero en manejo de crisis.
Los estudiantes nuevamente están en las calles y eso es preanuncio de cambios.